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consiguió devolver a la orden benedictina su prístina petfec- ción y que la reforma fuese adoptada por la muay"vía de los imonasterios de la cristiandad. Dios había permitido aqi.el e-tip- se de relajación, a tin de que la triste lección del pasad> man- tuviera a los monjes más despiertos para no desviarse lo más mínimo de la prometida austeridad. (135) Parece muy puesto en razón que para el servicio del altar se utilicen vasos y ornamentos artísticos y de gran valor, ya que todo haya de parecerle mezquino y ruín al hombre cuando trata de tributar culto a su Criador. No obstante, dada la pobreza de la Iglesia primitiva, el uso de Cálices de madera se prolongó durante algunas centurias, hasta que Jos prohibió el papa León IV, a mediados del siglo 1X. Según lves de Char- tres, un concilio habido en Reims el año 803, había ya vedado los cálices de madera, de cristal y de bronce. Como en cierta co- yuntura preguntasen a San Bonifacio, obispo de Maguncia. y mártir, si podían fabricarse de madera los vasos sagrados que han de utilizarse en la consagración del pan y del vino, es de- cir, el cáliz y la patena, contestó, haciendo alusión a la vida descuadernada que llevaban a la sazón gran número de minis- tros del altar: «Quondam sacerdotes aurei ligneis calicibus utebantur, nunc e contra lignei sacerdotes aureis utuntur calic1- bus», lo cual viene a decir en buen romance: «En mejores tiem- pos, los sacerdotes de oro usaban cálices de madera, mas hoy, por el contrario, los sacerdotes de madera se sirven de cálices de oro.» Sátira sangrienta que trasegó a sus conclusiones el con- cilio de Trebur, celebrado en tiempo del papa Formoso (895), en el décimonono de sus cánones disciplinares. San Bonifacio na- ció en Inglaterra el último tercio del siglo séptimo, y fué el apóstol de Alemania. Trabajó incansablemente por la reforma de la disciplina eclesiástica y secular. Fundó el celebérrimo mo- nasterio de Fulda, donde andando el tiempo introdujo el abad Marcuardo la reforma de Hirsau, para reprimir los estragos de la relajación claustral. Fué uno de los más notables escritores de su tiempo. Es el patrón de los cerveceros. Excusado es de- cir, que cuenta en Alemania con una plaga de devotos. Los ver- sitos de fray Pablo se nos antojan una parodia de la punzante sentencia de san Bonifacio. (136) Verdad es que el historiador Procopio, testigo ocular de los hechos narrados por haber acompañado a Genserico, dice hablando de sus tropas: «Siempre están bebiendo y se dedican con grandísima pasión a los placeres de Venus.» Pero no es menos cierto haber adquirido aquellos bárbaros semejantes vi-
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