BCCPAM000R14-4-28000000000000
Qs durafite su permanncia en San Emmeran era harto considerado por su sabiduría, aun en ciencias protanas. Ni le era desconoci- da la filosofía de la antigiiedad, mi había dejado de profundi- zaf en las diferentes disciplinas del Trivium y Quatrivium. Es- eribió la «Astronómica» y la «Música». No es cosa de maravillar que el pobre Abad Ernesto añotara los días gloriosos de Guiller- mo y hablase de él al Príncipe Enrique con tanta veneración, (132) Alusión al Papa Gregorio VII, gloriosísimo reforma» dor del clero secular y regular, harto desmoralizada a la sa- zón, en el siglo X, «el más oscuro, bárbaro y caliginoso de los siglos», según frase enérgica de Menéndez y Pelayo. No obstan te esto, fué una época floreciente para el monacato, en que la perenne vitalidad de la Iglesia dió muy gentiles manifestacio- nes de virtud claustral, produciendo fundadores de la signi- ficación de Juan Gualberto y San Bruno, y reformadores de la talla de Guillermo de Hirsau, Hugo de Cluny, el cardenal Pedro Damiano y muchos más, ayudantes incondicionales del inmor- tal Hildebrando, que contribuyeron poderosamente a la res- tauración de la vida religiosa y de la observancia regular. Sólo la abadía de Hirsau (y la citamos únicamente por ser conocida del lector) fundó en el mediodía de Alemania, veintitrés monas- terios y regeneró setenta y cuatro más. ¡Qué portentoso des- envolvimiento de vida monástica revela aquella corriente ha- cia la soledad! Afortunadamente, llegaron para Hirsau días mejores que los pintados por nuestro poeta, y bajo el régimen del abad Wolfram (1428-1460) tornó a ser, como en tiempos de Guillermo de San Emmeran, emporio de oración y laboriosidad. (133) Debo confesar con toda lealtad haber sido ésta la nota más costosa de cuantas tienen el honor de presentarse al lector en la protectora compañía de la exquisita traducción castellana que para gloria de las letras hispanas y ameno €s- parcimiento de los devotos del arte publica don Tomás. Con ocasión de mis viajes a Alemania, tuve oportunidad de visitar el célebre y antiquísimo monasterio de Kremsmiinster (Aus- tria) y entrevistarme- con un renombrado humanista, a cuyos conocimientos apelé para obtener el rastro de esos regocijados versos. No pudo proporcionarme ni un tanto así de luz. Como a las del monje austriaco llamé a otras puertas igralmente ca- racterizadas en el campo del saber. Nada. Consulté personal- mente colecciones de «Trinklieder», mas en ninguna de ellas aparecía indicación alguna sobre esta entusiasta salutación al zumo de la vid. Como en una de las obras de música popular de la biblioteca de mi buen amigo P. Donostia viese una refe-
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz