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car de nido el monasterio de Hirsau. En un altozano coquetón que parece preparado por la naturaleza para mirador de un lindísimo escenario, conocido con el nombre de valle de Nagold, se posaron el año 338 los primeros monjes, como bandada de pájaros que huyesen del bullicio ciudadano para consagrarse en aquel retiro a cantar las alabanzas del Señor. El altozano tiene defendida su espalda por una masa imponente de bosques tan tupidos, que recuerdan las selvas vírgenes de la región tropical. A sus pies camina perezosamente un río, cual anaco- reta meditabundo que vagara por la hondonada con paso lento para mejor saborear los acariciantes rayos del sol. Un pueble- cillo insignificante agazapado en la ladera, semeja un pelo- tón de soldados comprometido a montar la guardia para la se- guridad de aquel imponente cuartel de hombres consagrados al culto divino y a la oración. Es uno de los conjuntos más pin- torescos que recordamos haber contemplado, y una de las so- ledades más atrayentes para cuantos se proponen «huir del mundanal ruido, siguiendo la escondida seuda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido». (131) Una de las «cuatro columnas del partido gregoriano en Alemania», fué el abad Guillermo. Nació en Baviera y reci- bió su educación en el convento de Sau Emmeran de Ratisbona, de donde no nos es dado asegurar que hubiese llegado a ser Prior. Por aquel tiempo fué destituído de su cargo el Abad del mo- nasterio de Hirsau, en la Selva Negra, por manejos del Conde Adalberto de Calw, que coartaba la libertad de los monjes con sus coacciones. En 1069 fué llamado Guillermo al gobierno de la abadía, mas no consintió en ser consagrado hasta la muerte de su legítimo antecesor el abad Federico (1071). Guillermo de San Emmeran se inclinó por la rama cluniacense, y de tal suerte alcanzó a implantarla en el monasterio de Hirsau, que éste llegó a ser conocido con el glorioso nombre de «el Cluny alemán». Al cabo de muchos esfuerzos y fatigas, consiguió li- brar a la abadía de la funesta influencia de Adalberto, que ha- bía intentado arrastrar a Guillermo a su partido, valiéndose de un documento falsificado. En 1074 solicitó el Abad personal- mente de Roma la confirmación de la reforma, y vuelto a Hir- sau, prosiguió sin descanso en la evolución comenzada. Tomó parte muy activa en las cuestiones políticas y religiosas de aquella época, y trabajó en toda coyuntura por los derechos del Papa y la libertad de la santa Iglesia. Después de haber levan- tado el monasterio a un esplendor sin rival en las páginas de la historia monacal, murió santamente el '5 de julio de 1091. Ya A A PR ARAS a rt

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