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gúedad. El hecho es que los huevos, alimento prohibido du: rante mucho tiempo en la cuaresma, eran ofrecidos y bendeci- dos en la iglesia el Viernes Santo y el domingo de Pascua. Se les teñía de rojo o de azul y se enviaban como presentes a parientes y amigos. Todavía se acostumbra eu algunos países hacer un regalo a los niños y a la servidumbre, llamado «hue- vo de Pascua», mas son en realidad verdaderos aguinaldos, por- que en la Edad Media se celebraba todavía la fiesta de la Re- surrección el primero de año. La procesión de los huevos está relacionada con esas mismas costumbres: durante la octava de Pascua, se reunen en la plaza pública al son de cascaners y al redoble de tambores, estudiantes, escolanos y jóvenes de toda laya, llevando estandartes, lanzas y bastones, van hasta el atrio de la iglesia cantando laudes y luego recorren la pobla- ción pidiendo huevos de Pascua de puerta en puerta. A veces se verifica esta procesión burlesca el jueves de la tercera se- mana de cuaresma. En la corte, el monarca reparte a los cor- tesanos huevos pintados y dorados, a continuación de la Misa mayor del día de Pascua. Esta costumbre, que estaba en todo su vigor en el siglo XVIII, era conocida ya de los Sarracenos del siglo XIII, según testimonio de Joinviile. Según otros au- tores, podía ser la pintura. violeta o amarilla, aunque la más común fuese la roja, y los jeles de familia y los amos debían levar una buena cantidad de huevos a misa de Pascua, con el fin de recibir la bendición y distribuirlos a su vuelta entre los niños, sirvientes, parientes y amigos. En el siglo XVIII se calificaban con el apelativo común de huevos de Pascua todos los regalitos de poca importancia, hechos en cualquier época del año. En muchas provincias francesas existe todavía la cos- tumbre encantadora de recorrer los niños la mañana de Resu- rrección el jardín o la huerta en busca de huevos que las cam- panas han depositado a su vuclta de Roma: viaje que se les hace suponer a las criaturas para explicarles de algún modo el silencio que guardan desde el Gloria de la Misa del Jueves Santo hasta volverlo a entonar el Sábado «de Gloria» por an- tonomasia. Todo lo cual viene a manifestar la profundidad de la educación religiosa en tiempos mejores, ya que desde la más tierna infancia se les inculcaba por medio de símbolos y leyen- das al alcance de su inteligencia las verdades de la Fe. ¡Cuan- do hoy tropezamos por ventura con estudiantes de colegios ca- tólicos que apenas sabrían distinguir el domingo de Ramos del día de la Resurrección! (130) No anda desacertado el Príncipe Enrique en califi-
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