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393 Hirsau, formado de los restos de la celebérrima abadía, cu- yos monjes aparecen tan degenerados en la escena nocturna del Refectorio, que nos describe el bueno de Longfellow. Ni se crea haberles ido a la zaga en achaques de iluminaciones sal- teriales las otras instituciones religiosas de entonces, ya que en la sacristía de la Cartuja de Pavía tuvimos hace años el pla- cer de embobarnos en la contemplación de libros corales, don- de se tropieza a cada paso con iniciales fantásticas, cuya fac- tura fuera bastante a ocupar muy cumplidamente todos los ratos de, libre disposición con que puede contar un cartujo des- pués de las ocho horas de coro señaladas para sus religiosos por el austero fundador. Que el nombre de miniatura provenga del vocablo minium, minio, óxido rojo de plomo, merced al cual se hacía la miniada o pintura al bermellón; o bien de mignature, que lo forma- ran los franceses del sustantivo: mignard, lindo, bonito, pre- cioso; o acaso de minutum, menudo, por tratarse de trabajos diminutos, no nos parece del caso discutir, dejándolo en manos de filólogos... que sabrán de ello responder. (128) No a humo de pajas escogió I.onglellow para escena- rio de semejantes orgías monacales el tiempo del abad Ernes» to. (1231-1245), puesto que este buen hombre se consagró con harto mayor interés al ejercicio de los negocios temporales que a la reforma y conservación de la disciplina claustral, ya sobra- Jo decaída a la sazón. Fácilmente puede suponerse que las co- sas "habrían de ir bajo su férula de mal en peor. Doce abades y ciento cuarenta años habían transcurrido. desde .los flore- cientes días del Reformador de Hirsau, Gyillermo de San Em- meran, y el estado espiritual de la abadía ofrecía un aspecto de lamentable relajación. Pasarán otros diez abades, se desli- zarán con su regularidad habitual otros ciento cuarenta años, y a tal situación habrán llegado los monjes durante el gobier- no del abad Wighard III (1390-1400), que para sustentarse ge verán precisados a mendigar el alimento cotidiano a las puer- tas de los vecinos monasterios. Una vez más se cumplía la pro- mesa evangélica: «Buscad primero el reino de Dios y su justi- cia, y todas estas cosas se Os darán por añadidura.» (Mat. YE. -33 (129) Cuál haya sido el origen de esta tradición que rela- ciona los huevos con la Pascua de Resurrección, no es fácil determinar. Pudiera ser un símbolo, ya que existen pinturas de Jesucristo saliendo de un sepulcro en forína “de huevo y enarbolando el estandarte de Pascua: lo innegable es su anti-
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