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sijas conteniendo colores y gomas, dos plumas, dos pinceles -y un estilo; un sitial o taburete de roble: tal era el taller y es- tudio de los frailes artistas. A bien que por la ventana entra- ban a bocanadas la luz y el aroma de una naturaleza virgen, y en el cancel venían de seguro a posarse los pajarillos, úni- cos confidentes, modelos y amigos del solitario. ¿Por qué pro- cedimientos y con qué medios lograban los iluminadores dar a sus miniaturas y viñetas la frescura sin igual que conservan a través de los siglos? Cosa es que se ignora, aunque alguien lo atribuye al jugo de las yemas y grumos de que se cubren los árboles en primavera. No siempre reinaba la paz en el ánimo de los calígrafos y crisógrafos. También para ellos, particu- larmente para los penitenciados, había horas de tiniebla, de desfallecimiento y de duda. Así se ve en torno de algunas ini- ciales, y rodeando varios colofones, multitud de quimeras y grifos, rayos y llamas, fantásticos perfiles e inverosímiles y lúgubres florescencias. (A. Vicenti). (122) Apccalipsis es una palabra griega que significa «re- velación». Se llama así el postrero de los Libros de la Sagrada Escritura, redactado por San Juan Evangelista en su retiro de la isla de Patmos (perteneciente a la Turquía asiática). Des- cribe con recias pinceladas las calamidades que han de prece- der al día del juicio final. Los Libros: Santos se abren, pues, con el idilio del Paraíso y las: maravillas de la creación, y se cierran con el desquiciamiento del mundo y los estertores agó- nicos de la humanidad. «Post hoc autem judicium». (123) No es sino la aplicación personal de la amenaza lan- zada por Dios en el libro del Apocalipsis: «Y si alguno quita- re de las palabras del libro de esta profecía, quitará Dios su parte del libro de la vida» (XXI, 19). La actitud respetuosa de Fray Pacífico en la transcripción de las Sagradas Escritu- ras, revela el escrupuloso miramiento de los monjes que se dedicaban a la copia de los Libros Santos, y sólo así se com- prende que a través de tantos plumistas hayan llegado hasta nosotros conservando su primitiva pureza y su forma original. (124) Santa Tecla, doncella de noble familia, parece haber sido convertida por el apóstol San Pablo. No 'hay por ventura un solo personaje de los primeros tiempos del cristianismo que haya gozado en la primitiva iglesia de una celebridad compa- rable a la de ¡Santa Tecla. Desde el siglo III se la considera como la primera mártir, del modo que a San Esteban entre lo varones. La historicidad de Santa Tecla está probada por el hecho de la existencia de su sepultura en Seleucia, lo que

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