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montón de ruinas. Hoy experimenta el viajero comocedar del pasado verdadera angustia al llegar a Hirsan. Una delicios: mañana otoñal subia yo la colima donde todavía se sostienen 4 algunos retazos de paredones a guisa de esqueletos del immar- tal monasterio, acariciando la ilusión de celebrar la santa Mi sa en alguna rumosa capilla que por ventura servirih aún para los catúlicos de aquel pueblecillo tan preclaro en los anales del monacato. ¡Uuál no seria mi sorpresa al enterarme que no habia en Hirsau ¡¡¡en Hirsaut!!, otro culto sino el protestante, en una linda iglesia toda remozada, que fué una de las dependen cias del histórico monasterio ! Junto al altar un estrado, y so- bre él un atrilillo con la Biblia abierta. ¡Extraña y providen- cial coincidencia? La primera frase de la página parecia el eco tronitante de la voz de Jehová: «Refpuli Domitus Ultare Sun, maledixit sanctificationi suae; tradidit in manu inimici muros turrim ejus...» Se diría que el Pastor Evangélico (secta a que pertenece) estaba enterado de mi llegada y quería explicarme con terminología bíblica la causa de tanta ruina y desolación, ¡Digno epitaño el de los Trenos para aquellos gigantescos es- combros monacales ! (110) Eran los propietarios del terreno en que se editicó el celebérrimo monasterio de Hirsau. Uno de los hijos del Conde Erlafrido comenzó en unión de su padre la fundación del con- vento, sobre una colina que se alza a orillas del Nagold, Como para el siglo X1 todo estaba de nuevo en ruinas, mandó el Pa- pa León IX a su sobrino el Conde Adalberto 11 la reconstruc- ción del monasterio, El primer abad de esta segunda época no pudo entenderse con aquellos poderosos Condes que querían in- tervenir más de lo justo en el gobierno de la comunidad. A principios del siglo XV no se preocupaban en absoluto los se- ñores de la Calva de la suerte de los monjes, y éstos se vieron en el duro trance de mendigar el sustento cotidiano. Cuando surgió aquel movimiento de rebeldía que ha dado erróneamen- te en llamarse Reforma, los Condes de Calva se inclinaron del lado de los insubordinados, cayó el monasterio en manos de los “disidentes y hoy... sólo queda un montón de imponentes ruinas de aquel emporio de ciencia y santidad. (111) Se llama Selva Negra a la zona montañosa de Alema- nia comprendida entre los ríos Neckar y Rhin. Sus dimensio- hes pueden cifrarse en unos doscientos kilómetros de largo y de cincuenta a sesenta de máxima anchura, estando compren- dido su territorio en el Gran Ducado de Baden y en el reino de Wiirtemberg. Recibe su nombre del color negro azulado que
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