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29) los bienes monásticos y el mismo San Aurelio cayó casi en olvido bajo las ruinas del monasterio. El santo Papa León IX fué informado de semejante abandono, provablemente por su hermana, madre de Adalberto (11), Conde de Calva. Visitó las ruinas en su viaje a Alemania en 1049, buscó las reliquias de San Aurelio, tuvo la fortuna de hallarlas y mandó bajo seve- ras penas a su sobrino reconstruir y dotar a Hirsau, y aunque Adalberto se lo prometió, olvidóse pronto de la palabra dada; hasta que a ruegos de su esposa Willetruae comenzó la reedi- ficación del convento e iglesia en 1059. Llamó a los monjes de María-Einsiedeln y de otros renombrados claustros, a cuya cabeza vino como abad Federico, perteneciente a la celebrada abadía helvética. El noble y santo Abad no pudo amalgamar aquellos heterogéneos elementos, ni entendérselas con la inge- rencia de los poderosos Condes; fué de consiguiente injusta- mente degradado (1068) y murió (1071) en Ebersberg (Bavie- ra). Llamaron entonces para abad al célebre Guillermo de San Emmeran de Ratisbona, el cual no quiso usar el título hasta la muerte de su antecesor. Acaecida ésta, hizo bendecir la ya acabada iglesia por el obispo Enrique de Spira y comenzó Gui- ilermo su bendecido gobierno espiritual y temporal, Estableció la disciplina al talle de Cluny, y por el número, virtud y cien- cia tuvo su abadía antes de mucho influencia sobre toda la igle- sia alemana. Hirsau llegó a ser entonces «uno de los prime- ros establecimientos monásticos de Europa» (Mourret), y <ra el retiro monacal que contaba con mayor número de monjes pertenecientes a la nobleza germana. Muchos otros conventos tomaron abades de Hirsau y no pocos adoptaron sus reglas y género de vida común. Autor hay que le llama «Seminario de Abades». El espíritu de la Orden, la santidad y la sabidu- ría, se conservaron por largo tiempo en aquella ilustre comu- nidad. Mas... torciéndose un día las cosas, vinieron a caer las riendas en manos débiles y transigentes, y un siglo más tarde todo iba de mal en peor: lo espiritual y lo material; de s:.erte que en el gobierno del abad Wighard III (1389-1400), tuvieron que mendigar sus monjes la manutención en los conventos circunvecinos. Con el abad Wolíram (1428-1460) volvió a flore- cer de nuevo Hirsau como en los mejores tiempos. El atad Blasius (1484-1503) afianzó más aún la disciplina y escribió con la ayuda del sabio monje Nikola:s Baselius de Diirkheim los renombrados Annales Hirsaugienses. Con la aparición de la mal llamada Reforma, todo se fué al traste, pues habiendo caído en manos protestantes, vino a ser andando los años un

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