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LEA RECI — 216 — libro de los Jueces, capítulo 11, versículo 13, y en el capítulo II, versículo 7, y en otros varios lugares de la Escritura. Vie- ne a ser la divinidad femenina de Baal, con un carácter side- ral. El pensamiento cananeo no separó durante mucho tiempo a ambos personajes, aun cuando distinguía el elemento mascu- lino y el femenino de los dos. Allá donde se considera a Baal como el Cielo, considérase a Astarthe como la Tierra fecunda- da por aquél. Cuando Baal representa el Sol, a Astarthe le se- rá asignada la Luna. En una figulina de alabastro del Museo de Louvre aparece Astarthe con un creciente de luna sobre la ca- beza. También figura la estrella de la mañana, Venus, de don- de el Istar de los Asirios ostenta una estrella sobre la cabeza. El culto de Astarthe lleva siempre envuelto cl ejercicio más o menos solapado de la deshonestidad, aun en el caso de pre- sentarse al amparo de una casta apariencia, como en la Virgen celeste de Cartago, a quien se le dedicaban representaciones li- cenciosas, según testimonio de San Agustín. El libro de los Reyes nos habla de cortesanas y hombres «afeminados», en el sentido más recio del vocablo, cuando describe los homenajes tributados a Aschera, la cual ora simboliza la diosa misma (Astarthe), ora la estela o el chuzo de madera que le estaba consagrado. Según aparece en una moneda chipriota del tiem- po de Septimio Severo, el cipo o la Pilastra era el emblema de Astarthe, Afrodita o Venus. G. W. Collins no se aviene a iden- tificar Aschera y Astarthe, y sostiene que Aschera es exclusi- vamente un símbolo' impuro, (93) Se cuenta en el capítulo XXVII del Evangelio de Santiago, hijo de José, que Jesús tomó en cierta ocasión un poco de arcilla y se entretuvo en modelar a la vista de sus com- pañeros una docena de pajarillos. Resultó ser día de sábado y había muchos rapazuelos en su derredor. Como algunos de los judíos allí presentes advirtieran a José lo que pasaba, dicién- dole como escandalizados: «No ves que el niño Jesús está traba- jando en día de sábado? Acaba de hacer doce pajaritos de ba- rro», reprendió José a Jesús con estas palabras: «¿Por cué ha- ces tú lo que nosotros en sábado no podemos hacer?» Apenas lo hubo oído Jesús, dió una palmada, diciendo a las aves de arcilla: «¡Voladl» Y todas se alzaron por el espacio. Queda- ron los circunstantes llenos de admiración: los unos le alaba- ron, los otros le censuraron y hubo quienes fueron a denunciar- le a los Príncipes de los sacerdotes y a los Jefes de los Fari- seos. ¡Cómo ciega la pasión! (94) El sábado era el séptimo día de la semana judía, des-
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