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ras de la esperanza en el Mesías prometido que se conservaba en el pueblo, hebreo, de donde se trasmitió, más o menos desti- gurada y fragmentariamente, a otras naciones y razas relacio- nadas con aquél. Los conceptos de la égloga IV no admiten de otro modo explicación. Ni se le podrían señalar otros pre- cedentes que los vaticinios de tal o cual de los profetas de 1s 1ael. ¡Misteriosa política de Dios que colocó al alcance de los paganos algunas piezas de la revelación! (85) Así se llamaba, según Longfellow el buen ladrón, a quien nosotros hemos conocido siempre con el nombre de Di- mas. Dumachus y Titus pertenecían a una banda de ladrones en cuyas manos cayó la Sagrada Familia en una de las jorna- das de su huída a Egipto. Tito optó por dejarles continuar su camino en paz, pero Dumachus exigía que pagaran primero el convenido tributo. Entonces los redimió Titus pagando cua- renta monedas de su bolsillo a Dumachus, y el niño Jesús le predice en premio de su acción una buena muerte y la sal- vación. (86) El vino era considerado entre los Hebreos como don del cielo, siendo bebida común en el pueblo escogido, aun en las comidas más modestas y ordinarias. El Eclesiástico enume- ra la «sangre del racimo» entre las sustancias de primera ne- cesidad para la vida del hombre. Era una desolación en el pue- blo israelita que la cosecha de vino llegase a faltar. De ahí que los falsos profetas prometiesen indefectiblemente abundancia de ellas, cuando se proponían ganar prosélitos para su causa. Y en las ocasiones en que el pueblo judío se hacía infiel a sus pro- mesas, la amenaza consabida consistía en predecir la destruc- ción de las viñas. Los vinos mejores procedían del Líbano. La afición israelítica al vino se comprueba con las comparaciones utilizadas por Salomón en el Cántico de los Cánticos, ya que nada encuentra sino el vino comparable al amor del Esposo, ni la boca de la Esposa sea inferior al vino exquisito. La TI lestina era región abundante en viñas y producían racimos de tal calibre que los exploradores de la tierra de Canaán trajeron a su vuelta uno que no podía transportarse sino suspenso en palo llevado en hombros de dos. De donde le dieron el nombr: de valle de Escol. es decir, del Racimo. Aun en nuestros días se ven en Palestina racimos de tamaño excepcional, hasta « doce libras. Eran muy renombrados los viñedos de Sabama, le Tazel, de Hebrón y de Engadi, de las colinas de Samaria y del Carmelo y de los del valle del Jordán. Lo que no comprende- mos es que Herodes, el cual no habría de ser un vulgar cata-
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