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etficantamiento) reza: «Conjuro te diabole per s. Michaelem, per s. Gabrielem, per s. Rafaelem, et per s. Urielem, etc.». El segundo concilio. de Koma (745), condenó a un tal Adal- berto, autor de esa invocación: «Precor vos et supplico me ad vos, Angele «Uriel», angele Raguel, angele Michael, etc.», ase- gurando que, a excepción de Miguel, eran los demás (incluso «Uriel»), nombres de demonios. En 1516 se encontró en los mu- ros deteriorados de una antigua iglesia de Palermo una pintura donde aparecían «siete» Angeles, con la designación de sus ofi- cios: «Michael, Victoriosus; Raphael, Medicus; Gabriel, Nun- cius; «Uriel», Fortis socius, etc.». Observación interesante: ca- da uno de estos personajes llevaba sus sendas insignias, y a juzgar por las del Angel «Uriel», sospechó Panciroli que debió de ser el Querubín encargado de expulsar del Paraíso a nues- tros padres Adán y Eva. «Uriel» significa «luz de Dios». En el Paraíso Perdido de Milton, figura el Arcángel «Uriel», como uno de los siete que están en la presencia del Señor.. (83) Según enseña la mitología, Júpiter fué alimentado por palomas, y estas aves solían dar sus oráculos en Dodona y en Libia. A atenernos a otras tradiciones del paganismo, Zeus no se nutrió de Teche, como los demás hijos de los hombres, si- no del alimento inmortal, la ambrosía, y de una bebida di- vina: el néctar. La ambrosía le fué llevada por unas palomas procedentes de los confines del Océano, y el néctar traído por un águila caudal. De donde se comprende que nuestro poeta le califique de Gran Sacerdote de la Paloma. Ordinariamente es el águila el ave que acompaña las representaciones de Júpiter o Zeus. (84) Esta idea la toma J ongfellow del sexto verso de la Eglofa IV, «Pollio», de Virgilio: «Jam redit et Virgo, redeunt Saturnia regna»; torna ya la Virgen y torna también el reino de Saturno. Esa Virgen a que alude el poeta es la hija de Jú- piter y de Themis, que durante la edad de oro moraba sobre la tierra; cuando sobrevino la edad de hierro, subió al cielo y quedó convertida en una constelación, con el nombre de As- trea o la Virgen. Virgilio anuncia en esta égloga la llegada de aquella era predicha por la Sibila de Cumas, la cual será considerada como la edad de oro y coincidirá con el nacimiento de un niño misterioso, momento histórico en que comenzará la prosperidad del universo, llegando a su perfeccionamiento cuando aquel infante alcance la virilidad. Así se explica que venga de nuevo la Virgen a la tierra, habiendo terminado ya la edad de hierro. Todo ello no viene a ser sino las salpicadu-

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