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— 208 — vestido de pelos de camello, llevaba ceñida la cintura con un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel sil. vestre.» Siendo el pelo de camello muy duro y resistente, s utilizaba para tejidos en lugar de lana y algodón, claro está que de calidad muy inferior. Las langostas y la miel eran al. mentos abundantes en el desierto, y por lo tanto, muy fáciles de hallar, de suerte que la provisión del sustento cotidiano no distraía al Precursor ni en la práctica de sus penitencias ni < el ejercicio de su predicación. (73) Los libros de que se compone la Biblia tienen un fon- do peculiar: en unos se narran acontecimientos tangentes a la religión, como la historia del pueblo hebreo; en otros se es- tablecen principios de conducta, como en el ás los Proverbios, y en algunos se anuncian sucesos del porvenir, como en los de los Profetas. De donde, atendiendo al argumento, suelen divi» dirse en «didácticos, proféticos e históricos», nombres que co- rresponden a la Trinidad Escrituraria de que habla J_ongte- llow: «Moral, Símbolo e Historia». (74) Se diría que a nuestro poeta no le hace mucha gracia el lujo de los templos. Muchos suelen lamentarse de lo mismo, considerando malgastado el dinero que se dedica al culto divi- no, porque... sería mejor invertirlo en alivio de los menestero- sos. Lo que enseña la experiencia es que cuanto mayores son las ofertas hechas al altar, mejor atendidos suelen estar los po- bres de la localidad, pues una de las virtudes fundamentales de la Religión cristiana es la Caridad. En cambio, quienes nunca contribuyen al esplendor de las iglesias, tampoco acos- tumbran distinguirse como limosneros con los mendigos de la vecindad. Todo es poco para Dios. De planchas de oro estaba recubierto el templo de Jerusalén. Mas no exige comúnmente tanto para sí. Déjase guardar en tabernáculo de chopo mal la- brado y el salvaje puede adorarle en mísera cabaña alzada a guisa de capilla en lo más apartado de las selvas oceánicas. Con cualquier cosa se satisface, cuando no podemos darle más. (75) Incurre Longfellow en anacronismo al suponer al hé- roe de su Leyenda posterior al célebre arquitecto encargado de construir la flecha de la catedral de Estrasburgo, o cuando me- nos coetáneo suyo. Porque habiendo el Príncipe Enrique pasa- do por el monasterio de Hirsau, según nuestro poeta, durante el desacertado gobierno del Abad Ernesto, el cual estuvo al frente de aquella comunidad desde 1231 hasta 1245, no pudo en su viaje a Salerno hablar de Erwin de Steinbach como cons- tructor de porción alguna de la catedral, ya que lo menos trein-

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