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> 5 305 ma 20; tía hacia Tierra Santa, que andando el tiempo dió tiac.tmient a otras nuevas Cruzadas, las cuales no pudieron apuntar resulta- dos más halagúeños a su favor. (69) Alusión manifiesta a lo que se narra en el libro cuarto de los Reyes, capítulo trece, versículos 14, 15, 16 y 17, en los cuales se lee: «Estando Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió, pasó a visitarle Joas, rey de Israel: y llorando delante de él, decía: Padre mío, padre mío, carro de Israel y conductor suyo. Y díjole Eliseo: Trae acá un arco y tlechas; y habiéndo- le traído arco y flechas, dijo al rey de Israel: Pon tu mano sobre el arco. Cuando tuvo puesta la mano, puso Eliseo sus manos sobre las del rey, y dijo: Abre la ventana que cae al Oriente. Luego que la abrió, dijo Eliseo: Dispara una saeta. Disparóla. Y dijo Eliseo; Saeta es ésta de salvación por el Se- ñor, y saeta de salvación contra la Siria: porque tú derrotarás la Siria en Aphec hasta consumirla.» La ventana oriental estaba en la dirección de la provincia de Galaad, ocupada entonces por los Sirios. Debía darles la batalla en Aphec, es decir, en la misma ciudad donde los is- raelitas habían sido derrotados antes por los Sirios, y donde Joas derrotó a Benhadad. (70) Son las palabras que dirigió el ángel a María Magda- lena y a la otra María cuando, la mañana del día de resurrec- ción, fueron a ver el sepulcro, llevadas de su amor a Jesús de Nazaret. (71) No exagera muestro poeta un adarme al reproducir al- gunos fragmentos del sermón pascual de frey Guthbert. Cuan- do se escribió el «Fray Gerundio» había llegado la exagera- ción al colmo, pero es indudable que el mal venía de muy atrás. Los predicadores de aquellas calendas no andaban per lo común muy sobrados de ciencia, y les resultaba harto más fácil hacer un chiste que eslabonar un buen silogismo. De ahí que el púlpito se convirtiera a la larga en verdadera sucursal de un escenario de cómicos de arrabal. La historia está llena de ejemplos. La colección de botones presentada por el Padre Isla no es sino calco de la realidad. Para un San Bernardo o un Pedro Damián, había cien bufones que prostituían la cáte- dra del Espíritu Santo, creyendo acaso poder convertir a los oyentes con despertar su hilaridad. No eS de extrañar que lle- garan tiempos tan calamitosos en que se distribuían las ense- ñanzas evangélicas a los fieles adobadas en forma de «alfalfa espiritual para los borregos de Cristo».. (72) Así nos lo atestigua el santo Evangelio. «Juan estaba

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