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— 204— ducir a caricatura las obras del Creador. De ahí que no haya necesitado gran consumo de fósforo para idear esa fórmula de maldición, manifiestamente calcada en aquella otra tan a me- nudo usada por la Iglesia para bendecir: Benedictione perperua benedicat vos Pater aeternus, Evidente cosa es que el diablo no pueda desear cosa buena a los hombres, y que, por lo tanto, cuando toma la actitud de bendecir no haya de salir de sus labios sino una maldición. (62) Tampoco me parece estar aquí la idea en consonancia con el texto bíblico, donde se asegura que, cuando Jacob salió de casa de Labán para tornarse a su tierra natal, apareciósele cierta noche un hombre con quien sostuvo combate hasta lle- gada la mañana; y como comprendiera éste no poder derrotar a Jacob, tocóle uno de los nervios del muslo, el cual se secó al punto. Y el mismo adversario manifiesta no haber sido la lu- cha vana, cuando reconoce: «quoniam si contra Deum fortis fuisti» (ya que contra Dios, o su enviado, has sido fuerte). Cuando menos, quedaron empatados ambos contendientes, aun cuando Jacob saliera de la liza con un nervio menos, pérdida que todavía conmemoran los fieles israelitas privándose de co- mer los nervios de todo animal. (63) «Un cordero» se lee en Longfellow. Ni acierto a com- prender cuál haya sido la razón del poeta americano para este cambio zoológico en el sacrificio del patriarca Abrahán. Porque dice la Escritura en el capítulo XXII del Génesis, versículo 13: eviditque post tergum arietem», lo que vertido al romance quiere decir: «vió a su espalda un carnero», el cual, para más señas, añade el texto sagrado, estaba enredado por los cuer- nos en un matorral, circunstancia muy explicable si se tiene en cuenta el hecho de hallarse frecuentemente dotados de cua- tro cuernos los carneros orientales. Por otra parte, la versión inglesa heterodoxa da al cornúpeto su propio nombre: «And be- hold behind him a ram», que no quiere decir sino «carnero», mientras que el vocablo «lam», empleado por Longfellow, sig- nifica «cordero». De ahí que el acertado traductor se haya vis- to en el caso de enmendar la plana al autor, en beneficio de la verdad. Nuestro Juan Valera incurre en el mismo error al es- cribir en «Juanita la Larga»: «Abraham sacrifica un cordero, según los autiguos ritos», y en «El Comendador Mendoza» «El sacrificio del cordero en vez del hijo». (64) El pregón nocharniego que llama la atención del Prín- cipe es, sin duda, la voz suplicante de algún animero que re- corre las calles pidiendo oraciones por los fieles que murieron
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