BCCPAM000R14-4-28000000000000

(58) El demonio tentó a Eva tomando figura de serpien- te. El ángel de las tinieblas no tiene otro recurso que el del disfraz para alternar con los mortales y colocar a su alcance la tentación, porque de presentarse sin máscara alguna, claro está que su horrible fealdad haría fracasar en toda coyuntura su papel de tentador. De ahí que en el caso presente tome las apariencias de un sacerdote. (s9) No es Lucifer, como se cree comúnmente, nombre propio del demonio, mas indica tan sólo lo que fué el ángel caído antes de su rebelión. Nada tan opuesto al papel de Satán como «ser portador de luz» cuando su reino es el de las tinie- blas y tiene por oficio predilecto entenebrecer las conciencias, privándolas de los resplandores de la gracia. Verdad es qu entre las denominaciones griegas de este planeta, Venus, está el de «fósforos», cuyo significado es el de «porta-luz», lo mis- mo que el del vocablo latino «lucifer»; pero aplicado al diablo, como lo hace en este caso el poeta, debiera tener más bien el sentido de «estrella de la mañana», «hijo de la aurora», según se lee en Isaías: «Lucifer qui mane oriebaris», calificativo ho- norífico aplicable a la más bella de las criaturas celestiales, cuando no había cruzado aún por su mente angélica el pensa- miento suicida de «ser semejante al Criador». De donde se nos antoja hallarse la expresión de Longfellow reñida con la verdad. (60) El demonio, como padre de la mentira, no puede me- nos de ser mentiroso y falsario en sus relaciones con la hu- manidad. Verdad es que el poeta ha puesto en labios del Prín- cipe Enrique una demanda irracional y en pugna con las ense- ñanzas de la Religión, al pedir al seudo-sacerdote una absolu- ción que le autorice a llevar al cabo una acción reprobada por su conciencia. Lucifer le otorga amplísima autorización, decla- rándole absuelto de los crímenes que por ventura pueda co- meter. Cualquier doctrino sabe que no se puede absolver sino de las infracciones pasadas. Lo contrario equivaldría a la rui- na completa de toda moral. En igual error incurre nuestro TLi- nares Rivas, en «El Cardenal», al colocar en labios de Claricia aquellas palabras: «De todos le han absuelto, de los pasados... de los presentes..., y dicen que de los futuros.» ¡Ligereza im- perdonable en plumistas ventajosamente acondicionados para estar al corriente de las doctrinas de nuestra Religión! (61) Con sobrada razón llamó Tertuliano 21 demonio «Dei aemulus», lo cual, vertido al romance, podría corresponder per- fectamente al dicho vulgar que le moteja de «mona de Dios». Incapaz de novedades originales, se tiene que contentar con re-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz