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AA A A A A AAAPP | resulte tan desagradable a Lucifer, registrando en la historia de sus relaciones con la humanidad, tantas derrotas debidas a los exorcismos, en los que siempre figura la rociadura consi- guiente a la cruz hecha por el sacerdote sobre el poseso, con el hisopo humedecido en agua bendita. Hasta el punto de lla- marle «licor del infierno», lugar al cual se le da en el Nuevo Testamento el mote de Gehena, y designa propiamente el valle de Ennon, situado al sudeste de Jerusalen. [jos Judíos idóla- tras inmolaban allí niños inocentes y los quemaban en honor de Moloch, y cuando el rey Josías acabó con semejantes abo- minaciones, mandó arrojar en dicho valle las inmundicias de la ciudad y los cadáveres de los animales, para hacerlo aborre- cible a todos, y con el fin de evitar que fuese un foco de co- rrupción, ordenó quemar los desperdicios amontonados en aquel lugar; de donde fué llamado «Gehenna de fuego», y vino a ser en la época evangélica imagen del infierno. Había también en aquel valle una suerte de «agua tofana», conocido con el nom- bre de «liquor Gehennae». Toffania fué cierta célebre envene- nadora de Palermo, que vendía tósigo incoloro e insípido, el «Maná de San Nicolás de Bari», mejor conocido con el califi- vativo de «aqua tofana». Mas de seiscientas personas sucum- bieron víctimas de aquella pócima fatal, pero al cabo vino a ser la muy bruja convicta de asesinato y ejecutada en 1719. (56) «El párroco y yo, dice Lucifer, sabemos el destino de estas limosnas.» Por ventura es ésta una de las pocas frases irreverentes que se encuentran en la Leyenda. Podrá haber sa- cerdotes malos, pero no se puede, sin faltar a la justicia, gene- 1alizar. Sin embargo, con bastante más crudeza y saña se ex- presa Goethe en «Fausto». Die Kirche hat einen guten Magen, Hat ganze Lánder aulgefressen, Und doch noch nie sich úúbergessen (57) El penitente debe, por lo general, ocultar el nombre del cómplice en confesión, particularmente si fuere persona co- nocida del confesor, y sólo podrá manifestarlo cuando así lo re- quiera el aquietamiento de su conciencia; pero ni está a ello obli- gado sino en caso muy excepcional, ni puede, de ordinario, el confesor exigir semejante revelación. Ni el lugar ni el tiempo son circunstancias necesarias para la validez del sacramento, a menos que contribuyan a agravar la malicia del pecado y sea indispensable esta agravante para la integridad.
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