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na queda dormida en su castillo. Transcurren cien años sin des- pertarse, durante los cuales crece al rededor del edificio un bos- que impenetrable. Llega un principe joven que consigue des encantar a la castellana, la cual corona su ventura casándose con él. Los hermanos Grimm han sacado buen provecho de esta leyenda para uno de sus cuentos. La vieja narración noruega de Brynhild y Sigurd parece ser la fuente original de las de- más. Perrault tiene «La Belle au Bois Dormant». «The Bridal of Triermain», poema de W. Scott, viene a tener el mismo fun damento ideológico. Entre los lays de María de Francia hay uno, Guingamor, en que se describe la estancia de un caballero en el país de las hadas, donde trescientos años se le pasan como tres días, Re- sulta manifiestamente trasegada esa ausencia tres veces secular. (43) Alusión manifiesta al Cántico de los tres Mancebos condenados por Nabucodonosor al horno de Babilonia, el cual se reza en Laudes del Oficio Festivo. De los veinte versículos de que se compone, diez y ocho comienzan con la palabra «be- nedícite», que, a modo de invitación, dirigen los valientes jó- venes a todas las criaturas, mientras se paseaban ilesos en me- dio de las llamas bendiciendo al Señor. Negáronse a doblar la rodilla ante la estatua de oro erigida por el rey babilonio, con- denóles el enfurecido monarca a ser arrojados en vn horno que debía cebarse siete veces más de lo acostumbrado, en él fueron echados con sus fajas, y tiaras, y calzados, y vestidos, y en tanto que las llamas devoraron a los ejecutores de la sentencia, «ni un cabello se había chamuscado en la cabeza» de los ado- radores del verdadero Dios: Ananías, Azarías y Misael. (44) San Agustín nació en Tagaste (Africa) en 354 y mu- rió en Hipona en 430. Aunque su juventud fué muy borras- cosa y se afilió a la secta de los maniqueos, las oraciones de Santa Mónica consiguieron traerlo al cristianismo y fué bauti- zado a los treinta y tres años por San Ambrosio en Milán. Es por ventura una de las inteligencias más preclaras de que pue- de gloriarse la humanidad y se le conoce con el sobrenombre de «el águila de Hipona». Entre sus muchas obras figura la co- nocidísima «Ciudad de Dios», a la que hace manifiesta alusión nuestro poeta en la leyenda del monje Félix, y probablemen- te leía éste el postrero de los veintidós libros de que consta, puesto que en él trata de la felicidad eterna de los buenos. San Agustín es uno de los cuatro Doctores de la iglesia latina, sien- do los otros tres Ambrosio, Jerónimo y Gregorio Magno. La

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