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— 14 — terio, cotnho me permití hacerlo en algunos versos que siempre se escapan a la más atildada pluma, y que también pretendían pasar a la imprenta. Pero no; si es posible, actuaremos de centinelas y daremos el ¡alto! más severo a tedo lo que no sea | bueno, veraz y bello. | Otra diferencia notabilísima entre el original germano y la | obra de Longfellow es que, según Hartmann, el Príncipe rea- Mi liza dos veces el viaje a Salerno, y con más emoción poética Longíellow sólo presenta un viaje, y en éste describe más y mejor sus detalles atractivos, llegando en ocasiones a un inte- ' rés inmenso, como en el puente de Lucerna o en las deliciosas escenas del convento, sobre todo la de mi toc ayo el P. Félix que retorna viejecico; personaje y escenas que no existen en el ori- ginal alemán. Dos cosas me agradan más en el alemán: la lucha de la hi- ja con sus padres para convencerles de las ventajas de su muer- te en aras del Príncipe, y la escena del sacrificio mismo en Sa- lerno, cuando el sabio trata de examinar la veracidad de la jo- ven; y después, ya en el cuarto secreto, donde debe recibir la muérte, pues en alemán describe exactamente todo el proceso de la oblación: cómo ella misma se arranca las cintas que su- jetan el vestido, y, ya desnuda, cómo se deja atar a la mesa, cómo prepara el sabio su cuchillo, los temores del operador al contemplar aquella inmensa belleza que debe caer al rudo golpe mortal, y estremeciéndose prolonga su obra, mejor dicho, no se atreve a comenzarla, tal vez porque jamás vió aquella prue- ba de lo que puede la fe, aunque por la fe se sacrifique la vida terrena. Pero en este momento el Príncipe reconoce que no tiene de- recho a aprovechar ese sacrificio; que si Dios había dispuesto que él muriese de la peste, su deber era cumplir la voluntad ! divina, cuanto más, que tampoco estaba seguro de su propia salud y menos de su felicidad futura. Logra ver el Príncipe, a través de un agujerito de la pared, cómo yace la doncella dis- puesta a recibir la muerte, llama a la puerta, lucha con el sa- bio, hasta que éste abre para oír las razones que pretende ex- poner el Príncipe, quien renuncia al sacrificio de la que, en l.ongfellow, conocemos con el bello nembre de Elsa. Entonces siente Elsa la vergúenza de su deznudez. y de su preparación inútil al sacrificio; entonces protesta contra el Prín- cipe, el cual, renunciando a su propio bien, ha destruído la fe- licidad eterna a la que ella se acercaba con presteza. Y cuando vuelven a la patria chica, cuando el Príncipe se as

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