BCCPAM000R14-4-28000000000000

— 188— lente a unas seis veces el de toda España. Aquellos lugares a donde no llegan las inundaciones del Nilo, quedan reducidos a resecos arenales que no conocen otras manifestaciones de vida sino el paso de las caravanas de camellos conducidos por los hijos del desierto. Se ha dicho que «el Nilo es el Egipto», y la verdad es que no es posible comprender la existencia en el país de los Faraones a menos de contar con la de este beneficioso río, cuyas crecidas duran citatro meses, y, merced a una ma- ravillosa red de canalización, provocan en la región más árida de nuestro planeta una sorprendente fertilidad. (25) Isis y Osiris eran hijos de Cronos, reinaron en Egip- to, fundaron la familia, enseñaron la agricultura y dieron a los sacerdotes los libros sagrados. Su hermano Typhon mató a Osiris, hizo pedazos el cadáver y arrojólo al Nilo. Osiris se llevó a Isis, y desde entonces reinan en el mundo inferior. Apenas desapareció Isis de la tierra, abandonaron todos los dioses el planeta y fuéronse a morar en las estrellas. Como a Serapis-Esculapio, se le considera cual divinidad médica y cuantos acudían a sus templos para pasar en ellos la noche, recibían en sueños los remedios más indicados para su cu- ración. Entre sus atributos se cuenta la serpiente, animal sagrado para los egipcios. Cuando el Nilo comenzaba a subir de su nivel ordinario, celebrábase en Egipto una fiesta en ho- nor de Isis, ya que se atribuía la crecida al recrudecimiento del Nanto de la diosa por la muerte de Osiris, motivando de consiguiente la inundación anual, la cual depende en realidad de los imponentes aguaceros de las montañas de Abisinia. Aun cuando los Libros «herméticos» (nombre que les dieron los griegos) son en número de cuarenta y dos, solo seis tratan de medicina, y debían estudiarlos aquellos que en las procesiones solemnes estaban encargados de llevar el tabernáculo con la imágenes de los dioses. Desgraciadamente, estos Libros her- máóticos se han perdido, como tantos otros, no menos intere- santes, de la antigiiedad. Eran incontables los médicos en Egipto, porque se especializaban en materias muy limitadas; pero sólo a los sacerdotes se les permitía el ejercicio de la me- dicina, sin que pudieran recibir por ello ninguna suerte de gratificación. Si alguno de ellos no trataba al paciente de acuer- do con las prescripciones del Estado y el enfermo, se moría, el médico era condenado a muerte; mas si había observado las indicaciones de los seis libros considerados tomo Código de la ciencia médica, nadie podía pedirle cuentas del fallecimiento. El Papyrus Ebers no viene a ser sino un centón de recetas

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz