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— 186— ber sido igual el número de hermanos en su familia. Lo cierto es que son juegos cuyo origen se pierde en una antigiiedad muy remota y tenían lugar con ocasión de la fiesta de Zeus. Como andando el tiempo hubiesen perdido parte de su interés primi- tivo, Iphitos volvió a establecerlos entre los eleos, que disfru- taron de paz y prosperidad. En un principio se reducían a cer- támenes de carreras, pero poco a poco se fueron sumando a ellas otros motivos de campeonato, basados todos en ejercicios físicos, En la Olimpíada XXIII se introdujo, por ejemplo, el boxeo. Al cabo de un siglo (las Olimpíadas comienzan en el año 776 an- tes de Jesucristo), ya tenían' en Olimpia su representación de luchadores todas las tribus y ciudades de la Grecia, de suerte que aquella heterogénea reunión venía a ser como la fiesta de la fraternidad helena, que se siguió celebrando hasta el año 304, bajo el reinado del Emperador Teodosio, fecha de su supresión. Los esclavos no podían tomar parte sino como espectadores, y ni en concepto de tales se les toleraba la presencia a las mu- jeres, con rarísimas excepciones. En Atenas gozaba el vence- dor de Olimpia del derecho de presidencia en todas las fiestas y espectáculos, y podía celebrar el aniversario de su victoria con solemne procesión. En Esparta se le concedía en la batalla el puesto de honor a la vera del rey, y se le erigían estatuas e: algunos sitios públicos de la ciudad. Visto está que los moder- nos campeones del pedestre juego sajón quedan todavía muy por bajo de los vencedores olímpicos en achaques de celebridad, ya que éstos vinieron a constituir durañite diez siglos la base del cómputo helénico, indispensable para la inteligencia de la Historia Universal. El año de una Olimpíada se comienza a con- tar el 1 de julio del año Juliano y terminaba el 30 de junio del año siguiente. (23) En el Olimpo de Homero aparece Hefaistos en su con- dición de herrero cojo y muy hábil. Según el ciego trovador, nació Hefestos con ese vicio de conformación, motivo por el cual lo arrojó su.madre de la morada de los dioses, para ocul- tarle de la vista de los inmortales, cuya risa habría provocado su deformidad natural y su manéra de andar. Según otros, fué motivada la cojera por otras peripecias de su genio enredador. Era hijo de Zeus, soberano olímpico que asustaba al mundo con sólo fruricir sus cejas, y de Hera. Los latinos le llaman Vul- cano, y a sus padres, Júpiter y Juno. Tiene en la mitología la personificación de uno de los más poderosos elementos de la na- turaleza: el fuego. A Hefestos o Vulcano se refieren la mayor parte de las leyendas «nacidas de las diversas manifestaciones

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