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AAA te en los templados. Los hay especialmente en las islas y costas marítimas, lo cual se atribuye a su alimentación de pescados E salazones indebidamente conservados. Son muchos los médicos que niegan hoy día ser contagiosa la lepra, y prueba de ello es que en Japón se les deja circular en plena libertad y tampoco se les aisla en los hospitales de París. En cambio, se ha notado en Noruega que desde su aislamiento obligatorio por la ley de 1885, ha disminuído el número de atacados, cuando hasta enton- ces se había mantenido siempre en igual intensidad. Lo que sí parece más probado es que no sea hereditaria, aunque los hijos de leprosos nacen sin duda con indiscutible predisposición a la enfermedad. En Filipinas hemos tenido ocasón de ver la pre- ciosa casita donde unas religiosas francesas cuidan de cuantas criaturas vienen al mundo en aquella «isla del dolor» (cárcel perpetua de más de cinco mil leprosos): sus padres acuden a las ventanas del edificio, fuertemente enverjadas, y se les con- siente contemplar a los rapazuelos y charlar con ellos cuando aprenden a hablar, pero el enrejado impide cualquier suerte de tocamiento, precaución que viene dando muy buenos tesulta- dos. Se cree haber sido Egipto el país original de la lepra. Los Hebreos no la conocían antes de su cautiverio en dicha región, y, a su vuelta, la trajeron a la tierra de promisión. La dis- persión de los judíos, las campañas griegas y romanas en Asia, favorecieron su propagación en Occidente, y luego vinieron la conquista árabe y las Cruzadas a recrudecer entre nosotros la enfermedad. Dondequiera que se presenta un caso, basta para sembrar el pánico entre cuantos llegan a enterarse de su apa- rición. (19) Bernardo Gordonio fué afamado médico del síglo XIII, francés, de Ruergue, y es autor de una célbre obra editada en Nápoles hacia el año 1480, cuyo título es: «Lilium Medicinac, de morborum prope omnium curatione, septem particulis distri- butum». (20) Es una operación que tiene por objeto hacer pasar la sangre arterial de un individuo sano a la vena de otro que hu- biere quedado extenuado a causa de una hemorragia. Puede ve- rificarse directa o indirectamente, o también por inyección. Pa- ra la primera se suturan la arteria del uno y la vena del otro, o se utiliza la cánula de Elsberg, siendo en ambos casos ope- ración delicada y poco practicada. La segunda se lleva a cabo mediante la ayuda de tubitos de plata, sumamente delgados y parafinados en su interior, a fin de evitar la coagulación de la sangre; y poniendo en contacto la arteria radial del donante con

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