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— 183 — descaradamente el alma de Fausto a cambio de la posesión de Margarita. Nuestro Lucifer es más moderado en apariencia y mucho más altruista, contentándose con proporcionar al en- fermo la receta segura de la curación. El alemán se nos antoja más conocedor de los instintos diabólicos que el estadunidense, al exigir un recibo firmado de sus servicios. Iguales mañas: su- pone nuestro Calderón en el demonio de «El, Mágico Prodigio so», el cual pide por resguardo «una cédula firmada con la san- gre y la mano» de Cipriano, a quien también se le aparece en traje de estudiante y como viajero .extraviado. Tirso de Molina reserva al diablo en «El Condenado por desconfiado» su papel de tentador. Con derribar al ermitaño le basta. Y por cierto que se conduce en:el desenvolvimiento del plan trazado con astucia singular. También Longfellow desarrolla. lógicamente la ten- tación. (17) .Es muy oportuna la llegada de Lucifer. El pensamien- to continuado sobre: la incurabilidad de su dolencia había ago- tado las energías naturales de Enrique; el insomnio terminaba esa obra de destrucción; surgía en su imaginación el espectro de una muerte redentora: el terreno para la tentación no podía estar mejor preparado y llega Luzbel. Cuarenta días de ayuno llevaba el Salvador cuando se le presentó el demonio para propo- nerle que era la oportunidad de echar mano de su poder con- virtiendo las piedras en pan. Es la historia de siempre. Y ¡guay del que presta oído dócil al tentador! (18) Enfermedad cuyo agente infeccioso es el bacilo de Han- sen y está caracterizada por la presencia de tumores cutáneos en el trayecto de los nervios. Siempre se la tuvo por muy conta- giosa, según lo demuestra el destierro social a que se les con- denaba a los pacientes, y aun hoy se practica en muchas re- giones, pero en los países donde es endémica; parece serlo de modo especial.: Aterra la: lectura de los capítulos XUI y XIV del Levítico con sus 59 y 57 versículos respectivamente, dedi- cados todos ellos al apartamiento a que debe condenarse a los leprosos y a st purificación, en caso de haber recobrado la sa- lud. No le valió a Ozías su condición de rey para librarse de las terribles prescripciones legales, cuando Dios castigó con lepra repentina su osadía en querer quemar incienso ante el altar del Señor, función exclusivamente reservada a los hijos de Aaron, Esta enfermedad era muv frecuente en el Oriente bíblico y aun todavía son allí en crecido número los atacados de este asquero- so mal. Se dan leprosos en todos los climas, pero de manera particular en los fríos y cálidos, “siendo mucho menos corrien- A ia PP A A ESAS Tc A A ene ' ¡ ; AZ A :

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