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— 182— visitante que siempre acude a la cabecera de cuantos están 4 punto de perder los últimos restos de esperanza, como terreno convenientemente abonado para toda suerte de diabólica suges- tión. No a humo de pajas colocó el poeta florentino sobre e] por- tón del infierno una inscripción que viene a ser el santo y se- ña de qnienes moran en aquel espantoso lugar: «lasciati ogni speranza, voi che entrate». Quien en los altibajos de la existen- cia humana comete la torpeza de desprenderse de esta áncora salvadora, queda incontinente reducido a la triste condición de juguete del tentador. El Príncipe vacila en admitir la posibli- dad de su curación, pero cede al cabo a las insinuaciones de Lucifer, y, haciendo a las advertencias del ángel bueno oídos de mercader, sorbe en muy gentiles tragos la pócima infernal, «¡for death is better than disease!» porque vale más que estar enfermo, morir! La suave pendiente de la tentación que comien- za con un «¡quizá l», símbolo de la duda, pasa luego a halagar los sentidos con los atractivos de la manzana, para terminar por presentarse la fruta prohibida en los horizontes de nuestra conciencia como el medio más seguro de llegar a la consecu- ción de un fin apetecido, está perfectamente delineada en Long- fellow: «Death is not a necessity of our lives... Behold this lit lle flask!... Drink! Drink!» | (15) El Príncipe Enrique se siente abrumado por las con- secuencias de aquel mal incurable y manifiesta ansias de caer en los- brazos de la muerte para gozar de un descanso sin tér- mino y de la tranquilidad del sueño eterno. También el santo | Job, víctima de la misma enfermedad, experimentó igual tedio | y hastío de la vida al verse trasladado de pronto desde los es- | plendores de la sociedad a las miserias de un muladar: «Pereat dies in qua nalus sum!», lo cual equivalía a maldecir el día de su nacimiento .Es muy humano el desaliento en uno y otro caso, y a ambos les hubiera llevado la desesperación a arrancarse los guiñapos de su existencia, a no haber tenido los dos el consue- lo de la fe en la justicia y misteriosa providencia del Hacedor. (16) Aquí se presenta Lucifer bajo la catadura de doctor, mientras que a Fausto se le aparece en su gabinete de estudio en traje de estudiante viajero y tomando por nombre Mefistófe- les, el cual no pasa de ser un demonio de segunda categoría y uno del vulgo infernal, destinado para empresas de poca mon- ta y no mucha dificultad. Mefistófeles es el' espíritu que lo nie- ga todo. Lucifer es en Longfellow un galeno diplomático que, | mediante solapados paralogismos, consigue inyectar sus ideas il en el ánimo del pobre Enrique de Hoheneck. Mefistófeles pide AA ANA rt

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