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' ht A A A A — 174 = de sus protagonistas, siempre vencido por el bien; es consola. dor, por la esperanza cristiana que tanto palpita en Longfe- llow; y salvo algún resabio protestante, como cuando se de- tiene en los ciaustros y «bodegones», aunque con mesura, ha sido una de las obras que más impresión y más duradera han dejado en mi espíritu.» Conceptos que manifiestan la profunda religiosidad del Sr. Echegaray, ya que, aun midiendo a Longfe- llow con metro conventual, mo nos atreveríauios a atribuir a «resabio protestante» la pintura poco halagiieña que hace de la vida monástica de Hirsau. Y aun se nos antoja mucha no- bleza y honradez en el poeta la circunstancia de hacer que se oiga en aquella orgía nocturna la voz del abad Ernesto, decla- tando la necesidad de un nuevo Hildebrando y queriendo po- ner coto a los desmanes de sus súbditos con el recuerdo de las sangrientas declaraciones del Libro Gomorrano. Por desgracia, se halla en perfecta consonancia con los atestados de la histo- ria medioeval, ya que buen número de monjes de aquella época preferían los cantos báquicos a los salmos de David. El mis- mo Echegaray reconocía en otra de sus misivas al traductor esta fidelidad histórica de Longfellow: «No cabe duda que el au- tor de la Ley la, antes de escribir su poema, leyó mucho acerca de cosas de la Edad Media; sin ello, no estuviera tan acertado y descriptivo en sus versos.» Es la verdad. Santo y bueno que lamentemos la relajación monacal de aquellos tiem- pos borrascosos, pero cuando por ventura disertemos acerca de ellos, no nos queda otro camino sino ceñirnos a la realidad. (5) Hartmann von Aue es una figura relevante de la lite- ratura alemana, que con Godotredo d+ Estrasburgo y Wolfram von Eschenbach, constituye la trilogía de los poetas de la escuela cortesana, y continúa, como tantas otras, envuelta en las nebulo- sidades de la Edad Media. Apenas se sabe de él que fué oriun- do de Suabia, de linaje de caballeros, conocedor del latín, com- pañero de Barbarroja en el viaje a Tierra Santa y que debi de morir hacia la segunda decena del siglo XIM. Todo cuanto a esto quiera añadirse se basa, hoy por hoy, en conjeturas de mayor o menor probabilidad. Por ventura, la obra que mayor nombradía le ha dado es «El Pobre Enrique», idilio extraído de la cantera inagotable de la leyenda popular: el protagonis- ta, en'ermo de lepra, llama a las puertas de las mayores cele- bridades médicas de su tiempo, recibiendo de todos los galenos la terrible sentencia de ser incurable su mal. La repugnancia que provoca la enfermedad y el desaliento que se apodera del paciente, le inclinan a retirarse a la tranquila alquería de uno
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