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— 172 — comprende los trozos inéditos de «l promessi Sposi», y ayuda a seguir al gran milanés en la manera que tenía de componer sus obras. Esas son ediciones hechas como Dios manda e ilústra- las un prólogo y comentarios notabilísimos. No sé si he di- cho a usted alguna vez que Alejandro Manzoni, de quien soy admirador ferviente desde los días de mi adolescencia, es úno de los autores que más hondamente han influído en mi for- mación intelectual y moral. En él son igualmente dignos de admiración y de simpatía el escritor y el hombre. Menéndez Pelayo le consideraba como el príncipe de los líricos cristianos del siglo XIX, y nunca le nombraba sin elogiarle calurosamen- te. Y como de Manzoni, le diré a usted de Longfellow, mi poe- ta favorito inglés. Con el cariño que escribió la Leyenda el au- tor de Evangeline, si fuese de nuestro tiempo, hubiese puesto acaso más erudición en el prólogo al que usted se refiere. Leyó, sin dudarlo, alguna traducción del antiguo bardo que compuso el poema de «El pobre Enrique», y en ella se inspiró para su composición. Usted tiene “el acierto y mérito de darnos la pri- mera traducción castellana del poema.» Nos permitimos el lu- jo de añadir a estas palabras de D. Carmelo, que su amigo D. Tomás Gillín paga con esta traducción a la literatura in- glesa una deuda de gratitud. Longfellow acertó a asimilarse el espíritu de la lengua de Castilla hasta el extremo de haber le- gado a la posteridad la mejor versión que se conoce de las ex- quisitas Coplas de Jorge Manrique, tan cariñosa y atinadamen- te glosadas, digámoslo de paso, por el mismo señor Gillín. Muy puesto en razón era que alguno de los nuestros correspondie- ra a esa muestra de distinción y simpatía trasegando a nues- tro idioma tal o cual pieza selecta del inglés. No podemos me- nos de congratularnos del acierto en la elección de la obra, «The Golden Legend», y más todavía de que el traductor haya sido el ilustre poeta encastillado en el santuario de la Antigua de Orduña, caballero andante de aquella Virgencita que tan- tas cosas bellas le ha sabido inspirar. Solo un genio podría catar las honduras de otro genio. Unicamente al poeta le es dado saborear las exquisiteces de otro favorito de las Helicó- nides. A nuestro entender, era D. Tomás el más indicado para la traducción: lleva en sus venas sangre sajona y española, y nada tan a propósito para servir de puente de comunicación. (3) La Leyenda Dorada, que no viene a ser sino una co- lección de Vidas de Santos, fué escrita por Giacomo de Va- raggio, más conocido en el mundo de las letras por Jacobo de Vorágine. Nació en Varaggio, cerca de Savona, en el año 1230
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