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me. Tf gnsto. Era el poeta de moda, y sus escritos responden perfecta- mente a las necesidades intelectuales, artísticas y morales de la época para la sociedad a quien dedicaba sus escritos. Hay en «El pobre Enrique» un sentimiento profundamente religioso, como en todas sus poesías y obras. El pobre Enrique nos da ejemplo de un amor puro, altruísta y de la transformación de un cora- zón humano. La obra latina le indujo a escribir algo en que se personificaran los seres de la familia a quien servía con todo su afecto, de modo que El pobre Enrique llega a constituir su vbra personalísima, habiendo tomado como principales moti- vos bíblicos los versículos siguientes: Hebr. XII, 5, 6; Rom. VIMN, 28; San Juan, XV, 13, y sobre todo la historia de Job, cuyo carácter es fácil comparar con el del Principe” Enrique. También tiene relación íntima con Parsi'al.» Hasta aquí el editor germano, aunque no quicro pasar pot alto una observación importantísima que leo en sus notas al pie del texto: y es que en la antigiiedad se atribuía una virtud ex- traordinaria a la sangre de una doncella pura—como se puede comparar en Brunhild, de la Canción de los Nibelungos—, pen- samiento que se repite en varias leyendas, como en Parsifal; pero no es posible demostrar que pertenezca al cristianismo la idea de que la sangre de una doncella pura, posea virtud para las enférmedades incurables. Hablar del contenido de la obra sería casi repetir lo mismo que leemos en la adaptación inglesa de Longfellow y en la traduc- ción que de ésta presenta usted al público hispanoamericano, pero no así la forma. El autor alemán no alcanza la grandeza del poeta norteamericano; escribe, como era costumbre en obras narrativas, en versos pareados, con lenguaje popular; y si no fuera por el ritmo y rima que caracterizan el verso, casi lla- maríamos un trozo en prosa «El pobre Enrique»; no así el con- tenido, cuya riqueza es de elevada poesía. Al HNlegar aquí le comunicaré una noticia de gratísimo interés literario: Gerhart Hauptmann acaba de publicar una obra' en que moderniza la de Hartmann von Aue, de modo que «El po- bre Enrique», con la pluma del gran literato alemán actual, es seguro que constituirá una rica joya de la ya abundantísima li- teratura teutona. El autor cuenta que encontró escrito en los libros una rara historia de un señor de Suavia, adornado con todas las vir- tudes que realzan aquí abajo a un caballero, de modo que nin gún noble en todos los países en su derredor, fué tan feliz por la gloria de su cuna ni por las riquezas de que disponía, sien-
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