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La posada en Génova. Una terraza que domina el mar. Es de noche (173). PRINCIPE ENRIQUE ¡ Este es el mar, este es!... con su vaga inmensidad, perdido en la lejanía, negreando mucho más. Blandamente, lentamente, majestuosamente yan, cruzando las blancas naves de uno al otro litoral, y alas fantásticas llevan, como fantasmas de allá que las fronteras cruzaron de la existencia quizás... Mas, ¡ay!, y qué pocos saben su indicación alcanzar, ¿por qué de un país a otro? ¿y a qué fin vienen y van? En Océano más basto y oscuro, embarcaron ya las ánimas de los muertos, que a playas ignotas van. Un adiós, desde la orilla, les dijimos al marchar, y se fueron para siempre, para, no volver jamás, sino en fantásticas formas, y en apariencia espectral. De la muerte, de la muerte, sobre el tenebroso mar, asómase la otra vida que es el ser, tierra además de nubes y de misterio, espejismo singular,

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