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a A Esta historia fué contada, y acaso, inventada, poz Hartmann von der Aue (5), un bardo o «minensinger» del siglo XII. El original se puede hallar en Altdeutsche Gedichte (anti- guas poesías alemanas) de Mailath, con una versión del ale- mán moderno. Existe en los Kolksbiicher (Libros populares) de Marbach, núm. 32.» Hasta aquí, nos hemos ajustado al prologuito que el poe- ta norteamericano escribe a su leyenda. Ahora transcribiremos lo que sobre la misma nos dijo, en una de sus cartas, el grande amigo y eminente escritor D. Carmelo de Echegaray: «Alabo su buen gusto en traducir uno de los poetas ingleses que más he admirado y sentido con verdadero entusiasmo: vive correspondido, pues él nos tradujo a la lengua de Milton com- posiciones tan clásicas y tan bellas como son «Las coplas de Jorge Manrique», otro poeta que, como nadie, trató mi gran maestro D. Marcelino Menéndez y Pelayo. Una vez que tenga el gusto de pasar con usted algunos días en ese dulce retiro de la Antigua, leeremos esa tradución, en la que no dudo estará usted acertadísimo, pues, como ya se lo dije en un prólogo que usted debe tener inédito aún, al tomo II de «Horas de luz», singular maña se da usted en las traduciones inglesas. ¿Va en la sangre de la «Verde Erín»? Y, además, prometo darle, si se me. ocurriese, alguna nota o parecer sobre el texto del poeta americano» (6). Entre las muchas cartas que poseemos del inolvidable don Carmelo, hallamos la que precede. De él salió entonces, el que se dedicara al Excmo. Sr. Obis- po de Vitoria, hoy arzobispo de Santiago de Compostela, este recuerdo; y así hemos cumplido con su última voluntad. También nos han prestado poderosa ayuda, ya en lugares, ya en versos un poco difíciles de traducir, el culto profesor don Félix Díez Mateo, que en el conocimiento de la lengua inglesa, así como en otras muchas, es una verdadera autoridad; y, so- bre todo, el eruditísimo R. P. Roque María de Arocena, capuchi- no, autor de las inmejorables notas (casi todas las de este libro) y que van al fin de la obra. El trabajo que se tomó el eminente capuchino-profesor del colegio de Lecaroz, es verdaderamente asombroso. Véalo el lector. En la traducción, generalmente de rima imperfecta, sin de- jar de acomodarnos en lo posible a la exactitud del texto, he- A PO io AAA AR ANO br a E a

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