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64 FRAY:DIEGO: DE ESTELLA borrasca que se le suscitó dentro del mismo puerto de su sagrada Religión; pues zelando y deseando la más escrupulosa observancia del Instituto, halló tan fuerte oposición en algunos de sus hermanos, que tratado como reo, por haber intentado ser reformador, fué preso con falsas delaciones de orden de sus Prelados. Perseguido de estos hermanos, con quienes había elegido vivir, y abandonado cruelmente, no halló a su favor sino a aquellos mismos hermanos que había renunciado en el siglo; siendo bien sabido que don Martín de San Cristóbal, llevador de su Casa como mayor de ellos, fué quien hizo diferentes viajes a Andalucía para defensa suya, tratando con el Fiscal de los Padres Franciscanos y acelerando la última definición de la causa» (1). Dice don Julián de San Cristóbal que todo esto consta de una Infor- mación original, hecha por el Alcalde de Estella ante Juan de Vertiz, es- cribano de dicha ciudad, en 29 de mayo de 1597. Como no conocemos esta Información, no podemos determinar en qué consistían las acusaciones lanzadas contra el P. Estella ; pero probablemente no procedían todas de sus hermanos en Religión ni éstos le abandonaron tan cruelmente como afirma su biógrafo. El P. Estella, en sus Comentarios sobre San Lucas, enseña una doc- trina que viene a propósito en este lugar : «Te advierto — dice — que no has de murmurar si encuentras algunos hombres malos, pues al instante hallarás uno u otro bueno. Este vicio es muy frecuente en las personas seglares, las cuales, viendo que algún religioso comete un pecado, aunque sea de pequeña importancia, inmediatamente condenan a todo el monas- terio y aun a toda la Orden, haciendo público el tal pecado y alegrándose de las caídas de los buenos. Así como un jardín ameno y frondoso no se ha de destruir porque en él nazcan algunas ortigas en medio de las plantas buenas, así tampoco se ha de condenar a toda una Orden porque, entre muchos religiosos insignes en virtud y sabiduría, haya también algunos abrasados por el fuego de la ambición y de la sensualidad. En el sagrado colegio de Jesucristo hubo algunos apóstatas que le abandonaron y no volvieron más a escuchar sus santas instrucciones ; los hubo también que, ansiosos de gloria humana, se atrevieron a pedirle en su reino un asiento a su derecha e izquierda; uno afirmó repetidas veces con juramento que no conocía a su divino Maestro ; y otro alevosamente lo vendió a sus ene- migos por treinta dineros, de suerte que, horrorizado de su crimen, acabó la vida ahorcándose. ¿Acaso porque estos discípulos de Jesucristo se por- taron mal, se ha de despreciar a todo el sagrado colegio apostólico y las santísimas enseñanzas del divino Redentor? ¿Por ventura se han de des- preciar las sagradas Religiones, que son robustísimas columnas en las cua- (1) Noticias cit., págs. XIX-XX.
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