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62 ERMAY. DIEGO. DE. .ESTELTA lo oyen con indignación y les produce molestia, Los clérigos oyen con gusto los sermones en que se reprenden los vicios de los seglares, y éstos lo con- trario. Y si el ministro de Dios habla con toda libertad y declama energica- mente contra los vicios, tenga por seguro que le sucederá lo mismo que a Jesucristo, Cuando el predicador no habla contra los vicios, es alabado por los oyentes y dicen que es un segundo San Pablo, pero si los reprende, dicen que es un perverso» (Ed. cit., t. I, cap. IV, fol. 112ra). Exponiendo este texto de San Lucas: Et anmuntiaverunt Joanni dis- cípuli edus de omnibus his, dice: «Ojalá que en nuestros días hubiese la Iglesia de Dios tales predicadores que tuviesen que ir a la carcel y a la muerte por defender la verdad, y que hiciesen frente a la soberbia de los Príncipes y de los Reyes! El predicador evangélico debe imitar a Isaías, Jeremías, Ecequiel, Juan Bautista y los apóstoles, los cuales por defender la verdad, no rehusaron ir al destierro, a la carcel y a la muerte» (Ed. cit., cap. VII, fol. 171vb.). La campana — dice Estella — unas veces toca a sermón, otras a entierro y otras a fiesta... así también el predicador debe tratar algunas veces de la muerte, manifestando el polvo en que el hombre se ha de con- vertir; otras veces ha de hablar del infierno y excitar a la penitencia, como lo hacía San Juan Bautista... Ojalá que el Señor enviase en nuestros tiem- pos predicadores como el Bautista, que exhortasen con santa audacia a la penitencia, ya que entre nosotros tanto abunda la iniquidad» (Ed. cit., t. I, cap. III, fol. 82vb.). Abundan en los Comentarios de San Lucas las reprensiones descar- nadas y duras, pero quien así trataba a los eclesiásticos, no era más consi- derado para con los príncipes y señores. Hablando de la proximidad del fin del mundo, dice que es señal de que un enfermo se va a morir cuando se le retiran las sábanas y las mantas. «Pues bien; obsérvase en nuestros tiempos que los príncipes retiran las mantas, despojan de sus bienes a las iglesias, monasterios y hospitales, exigiendo para sí la cuarta parte de las rentas, y hacen a la iglesia de Dios esclava y sujeta a contribuciones» (Ed. cit., t. II, cap. XXI, fol. 228rb). Fustiga el P. Estella y reprende con frase dura y enérgica los vicios ” que dominaban en la sociedad de su tiempo. Para todos tiene algo. Com- bate el desmedido lujo en las mujeres, la fastuosidad y pompa excesiva en los nobles, la usura y el robo en los comerciantes, la simonía en los ecle- siásticos, la ambición en los religiosos, la soberbia y falta de espíritu cris- tiano en los teólogos, las trapacerías y engaños en los juristas y abogados, la ignorancia de sus obligaciones en los clérigos, la profanación de los días * festivos, etc., etc. De todo esto pudiéramos sacar notas, pero tendríamos que extendernos demasiado, Lo que hasta aquí llevamos dicho es suficiente para conocer el carácter enérgico del ilustre franciscano hijo de Estella.

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