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YOSUERE-TENTIANARITO 61 cuentra arrinconada en algunas bibliotecas. En ella declama el fraile fran- ciscano contra los vicios de su época, y se expresa con tal energía y clari- dad, que admira lo hiciera así bajo el imperio de la Inquisición de Felipe II, pues aun ahora que estamos en tiempos de tanta libertad, no osara escritor alguno católico exponer sus ideas con la libertad apostólica que emplea el P. Estella. A fin de que pueda de algún modo apreciarse su carácter, daremos traducidos algunos pasajes de los mencionados Comentarios. No buscaba el P. Estella las alabanzas de nadie. He aquí lo que sentía de los que se jactan de sus obras: «No te alabes a ti mismo, pues la alabanza en propia boca envilece, y cuantos te oyen, juzgarán que eres un necio, Considera, pues, cuan loco e insolente es el que se alaba a sí mismo. Si se alaba, es para pregonar sus méritos y conseguir la admiración de los demás; mas sucede todo lo con- trario de lo que él pretende, pues con sus alabanzas no consigue otra cosa que la deshonra y el desprecio... Los que le escuchan, llevan muy a mal la vanidad y presunción que revela en sus palabras. Yo estoy persuadido que se presta más atención al que se ocupa de la fama y honra de su pró- jimo, y aun al que murmura por espacio de una hora, que al que se alaba a sí mismo, aunque no sea más que durante unos minutos. Nadie lo sufre, y molesta los oídos de los que le escuchan. Por lo cual si alguno en tu pre- sencia se alaba a sí propio, ten entendido que te considera fatuo y loco, y así debes pensar que te hace grande injuria con alabarse y ensalzarse a sí mismo» (Ed. cit., t. 1, cap. II, fol. g2rb.). Si el P. Estella odiaba las propias alabanzas, no las prodigaba tam- poco a los demás, y mucho menos era amigo de la adulación como luego veremos. Dice en otro lugar: «Cuiden mucho los predicadores del santo Evangelio, de predicar al pueblo y no a sí mismos, exponiendo cosas vanas y apócrifas, o provo- cando a risa con cuentos y gracias. Atiendan solamente a tratar aquellas cosas que hacen llorar los pecados y compungen el corazón. Muchos en sus sermones presentan cuestiones teológicas y filosóficas; alegan nombres de autores raros y desconocidos, y de vez en cuando sientan proposiciones obscuras y especulativas, dejándolas sin resolver, y con esto creen que serán tenidos por grandes oradores y alabados por el vulgo. Pero si bien lo consideras, todo esto es vanidad y locura» (Ed. cit., t. 1, cap. I, fol. 43ra.). «Tiene nuestra sociedad oídos tan delicados que escucha con más gusto cuestiones teológicas y frases bien limadas; pero si el predicador reprende los vicios, se enojan e indignan los oyentes, y lo que es aun más lamentable, persiguen a los ministros de Dios. Les agrada mucho y escuchan con atención un sermón elegante sobre la divina bondad y misericordía; pero si se predica sobre el castigo que Dios tiene preparado a los pecadores,
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