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Y SU PYUY=CENTENARIÍO 59 . del General de la Orden, Fr. Cristóbal de Capitefontium, va dirigida: «Al Reverendo y doctísimo P. Fr. Diego de Estella, insigne predicador de la Provincia de Santiago»; y dice en ella que lo cree digno de sus favores, pues «por testimonios fehacientes sabe lo mucho que ha trabajado en be- neficio del pueblo cristiano con sus elocuentes sermones». El mismo P. Es- tella, en la dedicatoria al Ilmo. señor Obispo de Segovia, nos dice también que sus sermones eran muy frecuentes; y en los dichos Comentarios de San Lucas hallamos las siguientes expresiones: «¡Cuántos pueblos y ciu- dades hay, cuántos lugares en los cuales se predica con frecuencia la pa- labra de Dios por insignes oradores, y sin embargo no logran éstos condu- cir a Dios a sus oyentes! Con muy sobrada razón, nosotros que ejercemos el ministerio de la predicación, en muchas ciudades de España podríamos sacudir el polvo, pues no sólo no escuchan la palabra de Dios sino que se burlan de los predicadores» (1). Fray Diego de Estella no buscaba en sus sermones el lucimiento per- sonal, sino la salvación de las almas redimidas con la sangre de Jesucristo, y lo mismo se dirigía a las populosas ciudades que a las humildes aldeas. Exponiendo estas palabras de San Lucas: Nemo autem lucernam accendens, operit eam vase... dice que hay muchos que huyen de la luz, como las le- chuzas, y añade: «Lo que yo he visto más de una vez por mis propios ojos, no sólo en poblaciones pequeñas y humildes de España sino aun en la misma Corte, quisiera decirlo, pero me parece que debo cubrirlo con un velo, pues es digno de ser llorado amargamente». A estas palabras que nos revelan las frecuentes correrías apostólicas del ilustre misionero, siguen otras en que expone la desidia y abandono espiritual de muchos cristianos de su tiempo. «Hombres — dice— por otra parte bien educados y muy expertos en el manejo de asuntos terrenos, estando obligados a oír Misa los días fes- tivos de precepto, no dejan en manera alguna de ir a la iglesia, donde, haciendo una breve y exterior oración, no tienen paciencia para oír la Misa cantada o solemne, sino que oída precipitadamente una rezada, emplean el resto del tiempo en hablar; y apenas advierten que el predicador sube las gradas del púlpito, salen del templo como si amenazase ruína o cayese una enorme piedra de las bóvedas» (2). El P. Estella, juntamente con un carácter firme y enérgico, estaba dotado de ciencia eminente, y todo lo puso al servicio de la causa de Dios, negociando con los talentos que había recibido del Señor. «Los prelados — dice — y los religiosos que aventajan a los demás en literatura, en in- genio, en ciencia y en dignidad, deben considerar atentamente su grandí- (1) Ed. de Salamanca, 1574, t. IL, cap. X, fol. gr., col. a. (2) Ed. cit., t. 1, cap. VIII, fol. 201r., col. ab,
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