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Y SU IV CENTENARIO 165 Cerca de la Iglesia estaba el segundo, costeado por los feligreses y no- tablemente artístico, llevaba esta dedicatoria: «La Parroquia de San Pedro a Fr. Diego, bautizado en ella» Una vez en el templo, magnífica y sobriamente decorado, ocupó el elemento oficial toda la nave central. Rodeando el maravilloso ábside se leía en colosales letras formadas por bombillas elécticas : «A Fr. Diego de Estella» Ofició de pontifical el Ilmo., señor Obispo, actuando de Presbítero asistente don Pedro Arbizu, párroco de San Pedro, de diáconos de honor don Domingo Alfonso y don Juan Zugarramurdi, párrocos de San Miguel y San Juan respectivamente ; de diácono y subdiácono don Eusebio Sol- chaga y don Antonio Barandiarán; de ministro de báculo, don Anselmo Esparza ; de Mitra, don Serafín Arriaga y de maestro de ceremonias don José Magaña. La Schola Cantorum, de Irache, compuesta de unas ochenta voces, cantó magistralmente, bajo la batuta del Maestro Ugarte, la misa de Ravanello. EL SermMóN. — Estuvo a cargo del Rdo. P. Francisco Rodríguez Calama, de la Provincia Seráfica de Santiago, designado por el Rdo. Padre Vicario General cuando la Junta ofreció el Panegírico a la ínclita Orden Franciscana. Su Sermón, soberbia pieza de oratoria sagrada, tuvo como tema las palabras del Eclesiástico: Como la estrella de la mañana en medio de la nube, y como el sol resplandeciente, así aquél brilló en el templo de Dios. Toda la vida de Fr. Diego, no la que pueden contar sus biógrafos, sino la del hombre interior, la del asceta y misionero, pasó por delante del audi- torio, que embelesado oía los elogios del humilde Fraile Franciscano tan galanamente tributados por su hermano de hábito, el elocuente orador sagrado P. Francisco Rodríguez Calama. DESCUBRIMIENTO DE INSCRIPCIÓN EN LA CASA DE Fr. DIEGO. — Auto- ridades y público se trasladaron seguidamente al Palacio de San Cristóbal, donde una sencilla inscripción ha de recordar la fecha del nacimiento del ilustre asceta. Se pensó en un principio en algo suntuoso, pero luego, siguiendo los consejos de Fructuoso Orduna, se impuso el buen gusto, ya que cualquier aditamento puesto a la fachada había de romper la feliz unidad artística de esta joya inapreciable. Llegados a la casa, dirigió la palabra al pueblo el señor Obispo desde uno de los balcones y ensalzó la figura de Fr. Diego, digno compañero de Malón de Chaide, de San Juan de la Cruz y de los dos Fr. Luis. La orato-

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