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BERAY.DIEGO DE ESTELLA 145 derramando un gemido postrero sus cuerdas de plata, que sabe a oración, que suena a plegaria. ¡Silencio profundo!... La alondra no canta; se apagaron los últimos ecos de sus frescas, alegres tonadas. Tan sólo del grillo el agudo chirrido acompaña al murmurio que mueve en los olmos la brisa liviana. Como algo que apena, como un eco que engendra nostalgias, se difunde entre albores de luna, que blanquean la alegre majada, el tañer de la trémula esquila de gráciles cabras, y el mugido de lánguidas yuntas Que van a la aguada. Uno que otro silbido estridente del gañán que de lejos las guarda, interrumpe con agria aspereza la paz sacrosanta: esa dulce quietud beatífica, patrimonio sagrado del alma, cuando el sol declina, cuando el mundo del todo se apaga. * . * ¡Él era!... ¡Él era!... En sublime oración se extasiaba. Un soplo de céfiro, perfumado de esencias de acacia, me envolvió caricioso en un beso, refrescando mis sienes cansadas; y entre el sordo gemir de las hojas, que a su paso galante rizara, y el temblar rumoroso y tranquilo de oculta fontana, me trajo un suspiro, que creyera de guzla afinada. Era el santo, el asceta Fray Diego,

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