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o 14 134 PRAY DIEGO. DE ESTELLA impulso del alma creada, contingente, finita, para aproximarse cada vez más a su Creador, el Ser necesario e infinito. Amando, se expansiona, se engrandece; ¿dónde mejor que en el mismo origen del ser puede realizar ese fin dél amor? Ama el bien porque la bondad la conmueve; ¿dónde reside la soberana Bondad, principio y causa de todo lo bueno? Ama lo verdadero y lo bello; ¿dónde están la Verdad eterna y la eterna Belleza? ¿Hay nada más digno del ser racional que amar a Dios? iste amor debe ser desintere- sado. Si le amáis por las dulzuras con que os consuela o por las recompensas que os tiene prometidas, anteponéis el amor propio al amor divino, otorgáis a la más ruín e innoble de las pasiones el nombre de la más noble y elevada. Amar a Dios actualmente, dice, es el acto más sublime que puede realizarse en esta vida. Al hablar así como místico, emplea el verdadero lenguaje de la Filosofía, ya que el mismo Platón no emplea otro. Esta filosofía es tanto más notable cuanto menos rebuscada. Al reco- nocer que Dios mismo nos dotó de sentimiento para hacernos amar no sólo el bien sino nuestro bien dió pruebas de una comprensión verdaderamente filosófica de la naturaleza humana. Otra característica suya es la expresión del sentimiento en el lenguaje más natural del misticismo que es la poesía, no la versificación. Su musa es el amor purificado, divinizado y sobre todo desinteresado pero a la vez mi- litante. En esto comparte su característica con Santa Teresa de Jesús. Esta característica se ve mejor en los Comentarivs donde fustiga los vicios de todos, aun del clero. Claro está que estos pasajes fueron expurgados pues eran fruto, no del misticismo, sino de una desviación del mismo. De buena gana hubiera sido reformador, aunque, al estilo de San Bernardo y como él, pedía a Dios que le concediese ver antes de morir, la Iglesia de Dios como en sus primitivos tiempos, cuando los apóstoles tendían sus redes ho para aprisionar oro ni plata, sino hombres. Para concretar el lugar que le corresponde a Fr. Diego entre los místicos españoles necesitamos, por fin, un punto de referencia, y éste, tratándose de mística en España, no puede ser otro que el indicado por el magistral dedo de la Iglesia, que señala a Santa Teresa de Jesús. Con relación a ella, Fray Diego de Estella está en la misma línea que Pedro Malón de Chaide, o Echaide, Fernando de Zárate o Alejo de Venegas; ninguno de ellos forma escuela y ninguno de ellos puede llamarse discípulo de anta Teresa porque las obras de aquellos son más místicas que sus autores. Estos escritores, a diferencia de Santa Teresa, escribieron obedeciendo no tanto al atractivo de una viva inspiración, como a la necesidad seriamente sentida de tratar asuntos de teología mística que un público considerable aplicaba a su manera en la práctica de una vida devota. Todos hacen un enérgico llamamiento a la espiritualidad, todos se levantan con vehemencia contra la corrupción del siglo, diríamos que son ascéticos por esencia y accidentalmente místicos.

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