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132 ERAYEDIEGO:DEGSESTELLA de la voluntad que ella produce. El luminoso raudal de donde los puros des- tellos místicos se derivan, el venero inagotable de aguas vivas donde han bebido los místicos verdaderos, no hay que buscarlo ni en las aguas cena- gosas del panteísmo indostánico, ni en los intermitentes manantiales de la moral helénica; hay que salvar la inmensa distancia que media entre los Diálogos de Platón y las Confesiones de San Agustín, para encontrar lo que inútilmente buscaríamos hasta llegar aquí. Aquella increada Sabiduría cantada en Oriente por el obispo de Tolemaida y aquella hermosura sobre- sustancial tan tarde conocida por el obispo de Hipona fué la que hizo escribir a estas dos ilustres plumas del catolicismo el relato ferviente de sus ardores místicos. Esa misma inspiró después las ardorosas meditaciones de San An- selmo, los amorosos deliquios de San Bernardo y las efusiones de San Bue- naventura. Estos santos, excepto San Buenaventura, no pensaron en escribir una Teología mística donde dejaran marcados los escalones que el espíritu debe recorrer para ascender desde la nada de su miseria hasta el abisma- miento en la infinita realidad del fer Supremo. Otros escritores hubo que llevaron a cabo tan magna empresa, mas sin el arrebato místico que embe- lleció las fogosas páginas de los doctores citados. El Pseudo-Dionisio, San Juan Clímaco, Ricardo de San Víctor, Gersón, Rusbroquio y Taulero son otros tantos autores de Teología mística en quienes resplandece la claridad y la composición armónica de los elementos esparcidos por las obras de los Santos Padres, pero fáltales con frecuencia el arrebato místico, lo cual hace que sus escritos enseñen más que inflamen el corazón de los lectores. Dados estos antecedentes necesarios acerca de la Historia de la Mística, diré que la escuela mística española del siglo xv1 no es otra cosa que el mis- ticismo de los teólogos didácticos puesto en práctica. De aquí su enjundia teológica de la que ha podido decir muy bien el prelado Sr. Eijo, en su dis- curso Santo Tomás y la mística, que es puramente tomista. El misticismo español es psicológico, distinguiendo perfectamente entre la mística natural a la que llega el hombre por sus propias fuerzas y la sobre- natural en la cual interviene el elemento divino que eleva las facultades humanas sin que éstas dejen de actuar, sino actuando con mayor eficacia de la que humanamente les corresponde. La psicología no está tratada en el misticismo español de una manera especial, pero ocupa en él un lugar muy extenso. El místico español, aun perdiendo en el éxtasis la conciencia de su propio ser, reconoce la distinción sustancial entre la realidad divina y la humana, entre el sujeto y el objeto de contemplación mística. El misticismo español profesa que la voluntad es libre y tiene arraiga- dísima la fe de que tal libertad no es inconciliable con la gracia. Para él las almas sólo valen por la elección que hacen del objeto de su amor, pues mien- tras las cosas obedecen sin saberlo a la ley de su destino, la persona moral posee el hermoso privilegio de concurrir libremente al suyo.

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