BCCPAM000R14-4-09000000000000
Y SU IV CENTENARIO 123 en el discurso del sermón y ofrezca a Dios su entendimiento puro y casto y para que lo pueda cumflir mejor pinte en su imaginación a Cristo que viene a juzgarle y propóngase a sí mismo sepu'tado en la pared del púlpito, y para que de una pa te el temor del juez soberano y de la otra el miedo de la muerte futura preserven al predicador del ipeligrosísimo y ocultísimo viento de la vanagloria.» Veamos ahora un fragmento sobre el mismo asunto de Fr. Diego : «Una madre para criar a su hijo con su propia leche empieza por nu- trirse a sí misma y cuando quiere dar un alimento sólido a su hijo, antes lo desmenuza ella con sus dientes. Así obra el ministro celoso y lleno de amor hacia los oyentes que son como niños que necesitan un alimento espiritual bien desmenuzado. Celebre, pues, el predicador el santo Sacrificio con devoción, ayuno, vele, ore y castigue su cuerpo, sujetándolo al espíritu. »mplore el auxilio de los santos ángeles y pida a los serafines su amor, a los querubines su ciencia y a todos los demás coros una parte de los dotes que Dios les ha dado ; pero sobre todo pida a los ángeles custodios de sus oyentes licencia para enseñar a los que están encomendados a su cuidado. Si la dili- gencia de estos buenos ángeles ha sido infructuosa con sus encomendados, ¿cómo podéis esperar que les aproveche la vuestra, no siendo más que un mi- serable pecador? »Como la vanidad asalta de ordinario a los predicadores y logra intro- ducirse en su alma sobre todo si acude gran concurso a oirlos, es menester que el predicador combata a este enemigo, que como la víbora destila un veneno sutil capaz de corromper la sangre más pura. Penetraos, pues, de vergienza y confusión, como sí fuerais a desaprobar vuestra conducta pasada y retractar todo lo que habéis dicho hasta entonces. Porque cuando alabáis la virtud no hacéis otra cosa que desaprobar las acciones que cometisteis contra aquella virtud. Sea el predicador juez de sí mismo y pregonero que publique la sen- tencia y ministro que la ejecute. »Considérese como un simple instrumento de que Dios quiere servirse pa ra derribar los muros de la soberbia Babilonia y como la pólvora que es una materia negra y sucia que mancha los dedos que la tocan y no puede servir sino cuando se le prende fuego, conozca la necesidad que tiene de que el Espiritu Santo encienda en él ese fuego celestial y le inflame como inflamó el corazón de los apóstoles el día de Pentecostés.» A centenares se pueden tomar estos pasajes de ambos autores en los que se ve no sólo que no influyó el uno en el otro, sino que los dos se man- tienen a la misma altura y supieron agotar un asunto sobre el que bien poco más han dicho muchos autores modernos que serían más completos y so-
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz