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FRAY:DIEGO DE¡ESTE LEA anunciar la divina palabra y por eso trata primero del fundamento de la oratoria cristiana, exigiendo una preparación teológica sólida. Para com- batir la costumbre de los que ponen su cuidado en saquear los sermones ajenos, procura despertar en el predicador el sentimiento de su dignidad como predicador de Jesucristo, a quien presenta como tema principal de la predicación. El predicador que logre leer este libro hoy tan olvidado, predicará de manera Íructuosa y con espíritu verdaderamente eclesiástico, que lo haga tan temible para los enemigos de Cristo y de su Iglesia como deseable para el pueblo cristiano. Para que se vea hasta qué punto pueden equipararse las dos mejores Retóricas Eclesiásticas del siglo xv1 nos bastará citar un fragmento de cada una, ya que es imposible citar todos los capítulos de ambas obras en lo que consistiría el verdadero cotejo y por cierto bien merecido. Dice Fr. Luis de Granada en el capítulo XIV: Cómo deba preparar su ánima el predicador cuando ha de predicar. «4 la manera que es ley de los cazadores tener antes hambrientos a los azores para que acometan mejor a las aves; así nosotros para esta espiritual montería de las almas, de que el Señor hace mención por Jeremías debemos prepararnos con los afectos convenientes de nuestro ánimo. »Para conseguir esto conviene primeramente que la víspera del sermón por la noche perseveremos en la oración, suplicando humildemente a aquel que es el autor y gobernador de la sabiduría en cuyas manos estamos nos- otros y nuestros sermones, a aquel, vuelvo a decir, que hace discretas las lenguas de los infantes, que ordene felizmente a la gloria de su monbre el curso de muestro sermón; y que por su clemencia nos conceda la pureza de intención y a nuestros oyentes el deseo de aprovechar. »Al día siguiente celebre con la mayor humildad y devoción y procure llevar consigo al púlpito el calor de la devoción que con la asistencia de Dios hubiere concebido en la sagrada celebración. »Luego que hubiere subido al púlpito, dirija cuando ha de decir a la gloria del común Señor y a la salud de las almas y pida humildemente al Padre de las misericordias que nada anteponga a su gloria. Porque es cosa indignísima que donde se lratan negocios de tania importancia y donde el mismo Dios, cuya causa se trata, se halla presente, se vuelvan los ojos al vano aplauso del aura popular, posponiendo a Dios Juez del mundo... »Y por cuanto el antiguo enemigo embiste muchas veces con asechanzas al predicador, sugiriéndole ocultamente vanos pensamientos, antes que prin. cipie a predicar deteste cualquier vanidad que indeliberadamente le acometiere
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