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Y SU TV CENTENARIO 121 como si la verdadera abundancia y plétora de ideas no consistiera en consi- derar las relaciones del asunto, clasificarlas por divisiones exactas, probar con claridad y fuerza, convencer el entendimiento y mover el corazón. El mo- delo de una verdadera facundia está en San Juan Crisóstomo. »El séptimo obstáculo es la buena opinión de sí mismo, de donde resulta la obstinación en no ceder a las advertencias que se nos hacen, so pretexto de que no son predicadores hábiles los que mos aconsejan, cuando debiera notarse que así como no es necesario ser hábil pintor para advertir los defectos más notables de un cuadro, tampoco se necesita ser gran predicador para ver las faltas más señaladas de un sermón.» Hablando de la disposición del discurso, dice: «Es necesario que el predicador coordine las cosas que haya leído y medi- tado. Sin este orden, los unos no le entenderán, los otros le escucharán con tedio y las verdades cristianas así presentadas no persuadirán mi mo- verán. »Primero ha de elegir el asunto y luego trazará un plan de las instruccio- nes que quiere dar ; buscará lo que sobre este punto han dicho los santos Pa- dres, colocando cada pensamiento en su lugar. Al explicar el Evangelio, procurará hacer resaltar las lecciones de moral, porque todo el trabajo del ora- dor cristiano debe referirse a inculcar la práctica de las virtudes.» «Es prudente escribir los sermones, peligroso mo hacerlo, muy útil el ha- berlo hecho. En cuanto a la manera de hacerlo varía según las personas ; unos anotan los puntos principales ; otros escriben todo, lo que es muy traba- joso. Me parece que atarse así a las expresiones es entorpecer la fuerza del discurso y que el predicador que se sujeta de este modo reprende los vicios con menos libertad y valentía, porque no puede seguir los movimientos que le ins- pira el espíritu de Dios, al tiempo del sermón. Otros (yo apruebo este mé- todo) guardan un término medio y compendian en una sola página el asunto.» De mil y mil indicaciones como éstas está lleno el De modo concio- nandi hasta el punto que si hoy se editase estaría a la altura y aun raya- ría más alto que muchos de los manuales que hoy corren por esos estantes de seminarios y librerías de predicadores. Muy difícil será hallar en la li- teratura didáctica del siglo xv un libro que tan bien se adapte a nuestra generación presente. Todo el libro está escrito con miras a la práctica, de modo que no se encuentra una página que esté escrita por mero ejercicio escolástico y que no esté destinada a recibir vida de labios del orador. Fray Diego presupone en el predicador un gran concepto del noble oficio de
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