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120 FRAY DIEGO DE ESTELLA »La palabra de Dios es como una flecha aguda y penetrante que mueve al oyente a hacerla amar lo que prometes, hacerle temer aquello con que le ame- mazas a hacerle aborrecer lo que condenas y a hacerle abrazar lo que reco- miendas. »De los obstáculos que impiden conseguir el fin de la predicación, el pri- mero es no tener pureza de intención. ¡Desgraciado el predicador que busca la alabanza en vez de buscar únicamente la gloria de Dios y la utilidad de los oyentes! Si los que buscan de este modo las alabanzas, logran adquirir los aplau- sos por la elegancia de su estilo, su belleza en el decir o cualquiera otra dote natural, el acierto los envanece siempre más y los hace más sordos para otr las advertencias y más aferrados en sus opiniones. Si mo salen bien de su cometido, desmayan y se entristecen, viendo frustrada su esperanza. »Los que tienen recta intención no se envanecen con los triunfos, mi se aco- bardan con los reveses, siempre están contentos y llenan su ministerio con nuevo ardimiento. Por eso Dios bendice sus afanes com frutos asombrosos. El segundo obstáculo está en dedicarse a estudios mal elegidos. Se adquirirán vastos conocimientos en los autores profanos, en las historias y en los poetas, perdiendo mucho tiempo que sería preciso para profundizar en la Sagrada Escritura, perdiendo las riquezas que en ella están escondidas y que no se re- velan a los que leen los libros divinos superficialmente sin saber explanar los sentidos que contienen. »El tercer obstáculo es recorrer rápidamente los santos Padres sin pararse a sacar materiales para usarlos en lo sucesivo. Notaré aquí el error de algunos que después de haber formado un plan de sermones, registran los santos Pa- dres, para buscar únicamente el modo de apoyar sus propias invenciones. ¿No sería mucho más conveniente que bebiéramos en estas fuentes las aguas con que habíamos de regar después los corazones de los oyentes, formándonos en la escuela de los santos Padres, imbuyéndonos en sus pensamientos sólidos y aprendiendo no sólo las verdades sino el modo de exponerlas? »El cuarto obstáculo es el estilo lleno de adornos estudiados y afectados. En efecto : ¿qué diremos de un predicador que aglomera epítetos sobre ept- tetos, que emplea metáforas atrevidas, que se complace en hacer enumeracio- nes sim término y que gusta emplear frases ininteiigibies para provocar la ad- miración? Tales predicadores merecen el desprecio de los hombres sensatos. »El quinto obstáculo es introducir en el discurso cosas que hemos oído o leído aunque mo vengan bien con lo demás del sermón ; porque los oyentes entendidos creerán que el predicador tiene poco mecllo cuando se ve obligado a semejantes plagios. »El sexto obstáculo consiste en no meditar lo que ha de decirse. Algunos creen haber predicado bien cuando han hablado de una porción de cosas dife- rentes y aún se figuran que con ello dan pruebas de una feliz abundancia,

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