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rro FRAY DIEGO'DE ESTELLA a sus pies, no apartó la vista de la mujer adúltera y la razón de todo esto es porque ama a sus criaturas, porque fué el primero en amarlas desde la eternidad. El amor llama al amor y sólo con amor se paga. En fin, es pre- ciso amarle -por sus obras, por él, porque es Dios, porque es nuestro. Nos- otros nos amamos, amamos lo que es nuestro; Dios se ha hecho nuestro por medio de Jesucristo. He aquí el juicio crítico que nos merecen las Meditaciones: El fondo y la forma respiran el más acendrado misticismo. El estilo es gallardo, el lenguaje nítido, la expresión centelleante y de obvia compren- sión aun para inteligencias vulgares. No es su estilo el de aquellos pseudo- místicos, que no se pueden leer sin que el hastío que provoca su ininteligi- ble algarabía nos haga Caer el libro de las manos; en éstos cada palabra es un arcano, cada frase un enigma, pero no al modo de San Juan de la Cruz, cuya sublime oscuridad tiene una clave que la explica, sino al modo de la ya trasnochada filosofía alemana, que explota la oscuridad del estilo para encubrir con ella soberanos despropósitos. En cambio las Meditaciones, tan profundas como sencillas lo mismo pueden ser leídas en el gabinete del sabio que bajo el techo humilde del obrero, Puesto Fr. Diego en presencia de su Dios, siente arder en su mente la llama chispeante que crea y en el corazón el fuego sagrado, que como lava de ardorosos afectos se desborda por sus escritos impregnándolos de unción y de místico arrebato. Para ayudar al corazón en la expresión de tales afectos llama en su auxilio a la fantasía, prodiga los símiles, acude a los objetos más bellos de la creación y a todo lo que contribuye a sensibi- lizar ideas y afectos que apenas admiten expresión por lo sublime... Más que prosista es poeta que descubre con luz singular la divina Belleza en una medida superior a aquella con que la vislumbra el común de los mortales y se extasía al contemplarla, dilatando sus propias facul- tades exaltadas con la celestial visión, y al punto, como si quisiera librarse de un gran peso, busca en la expresión de sus afectos el desahogo de tan divino entusiasmo con majestad y sencillez que asombran, pues mientras la literatura profana procura el culto de la forma, para disimular con su opulencia la pobreza del fondo, la prosa de nuestro místico tiene un cui- dadoso descuido de la forma, para que aparezca en todo su brillo la majes- tuosa belleza de la verdad. Tanta verlad es que la Belleza augusta que en la verdad se inspira y que de la misma Verdad de Dios emana no puede hallarse sino en los místicos que como Fr. Diego piensan, sienten y hablan divinamente, porque la misma Verdad divina da un esplendor eminente a la humana palabra de sus siervos. Hay en las Meditaciones un indefinible encanto, que no está en las palabras, ni en los períodos ; es algo que recrea, conmueve e hinche al alma de un aroma indefinible que embalsama los ámbitos del espíritu.

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