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Y SU IV CENTENARIO 107 en sí el acrecentamiento que pide al objeto amado. Amando se entrega ; el amor vende al amante por el amado. Cuando el objeto es vil, el alma perde; pero, si es Dios a quien ama, da menos para obtener más. (Me- ditaciones 8 y 49.) El amor divino, único amor verdaderamente unitivo, es también el único que puede salvarnos; por su medio está la salvación en la mano de todos. Dios no ha decretado la salvación por la limosna, pues los pobres estarían excluídos de ella ; ni por el ayuno, imposible para los enfermizos; ni por la ciencia y sabiduría ; ¿qué sería en tal caso de los ignorantes y de los pobres de espíritu? ni por la virginidad ; ¿qué sería de las personas casadas? ; ni por la pobreza; ¿qué sería de los ricos? Pero el amor es nues- tro, depende de nosotros, es común a todo estado, a toda edad, a todo sexo, ni las enfermedades, ni la pobreza, ni la vejez impiden a nadie que ame. Cristo ha promulgado para todos la nueva ley del amor. (Medit. 25, 43, 51, y 59). Entremos ahora en el estudio y análisis que del divino amor hace Fray Diego y acudamos a las suavísimas invitaciones que el místico autor nos hace por medio de las bellezas de la creación : «Todas las criaturas, Señor, me dicen que te ame ; cada una tiene su len- guaje para publicar tu grandeza y tu bondad. La belleza de los cielos, la cla- ridad del sol y de la luna, los fulgores de las estrellas, las corrientes de los ríos, el verdor de los campos, la diversidad de las flores, todo cuanto han producido tus manos divinas, oh Dios de mi corazón, Esposo de mi alma, todo esto me incita a amarte. Todo lo que veo me incita a tu amor y me reprende cuando no te amo. No puedo abrir los ojos sin advertir testimonios de tu sabiduría, mi los oídos sin escuchar los testimonios de tu bondad ; todo lo que has hecho, Señor, me dice quien eres. La creación entera revela tu amor ; la Escritura hablando de ella, dice que el Espíritu de Dios flotaba sobre las aguas ; el amor divino flota por encima de todas las cosas, gobernándolas con su dulce ley. Todo emana de este vivo manantial. Da belleza a todo lo existente y si la vista de nuestra alma no estuviese obscurecida por las mubes de las pasiones y del amor propio, lo primero que la sorprendería en la creación sería el amor del Creador. Si la tierra me sustenta y me nutre, el amor es el buen jardinero que se lo encomendó al crearla. Si el aire me refresca y me permite respirar, el amor es quien se lo ha ordenado. Si el agua nos es útil, mos suministra sus peces y corre impetuosamente hacia el mar de donde ha salido, es para obede- cer el mandato del amor. Si el fuego da su calor, el sol su luz y sus influencias para producir en la tierra diversas sustancias, todo es para mi uso, para el uso del único amigo que el amor se ha procurado en la tierra. ¿Qué son, oh Dios mío, los elementos, los pájaros, los cielos y'las plantas, sino carbones ardientes con los cuales incendias nuestros corazones? ¿Qué son el sol y la

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