BCCPAM000R14-4-09000000000000

106 FRAY DIEGO DE ESTELLA a otros que defiendan y se ofrezcan al peligro por la guarda de su cabeza y todos la obedecen. ¿Quién considerará la celestial sabiduría con que for- maste las orejas y con cuán!a hermosura y provecho las pusiste del inte de los o dos para que en sus semos sean recibidos los sones y en ellos se tempie el aire porque no entre violento al órgano de este moble sentido y lo des- templen? Pusiste las orejas como antepuertas contra el frio y calor y porque entre la música con más dulzura por ta tos rodeos...» Veamos los datos psicológicos que merecen recogerse de las medita- ciones de Fr. Diego sobre el alma. (Medit. 34, 37, 46 y 93.) El alma es imagen viviente de Dios. Dios es uno, todo en todo lugar, principio de la vida y gobernador de todas las cosas ; así también el alma es una, toda en todo el cuerpo y en cada una de sus partes, a las que vivi- fica mueve y gobierna. Una en su esencia posee un triple poder vegeta- tivo, sensitivo y racional, participando de este modo de todo lo que tiene vida, de la planta, del bruto y del ángel. Indivisible en cuanto espíritu, llena sin embargo dos funciones: da vida y es forma del cuerpo, forma en sentido escolástico ; por ella adquirimos el sentido de Dios y en esto sobre todo se ve la prueba de la bondad divina ; Dios la ha dotado del en- tendimiento, para que se conociese y le conociese, de la memoria para re- cordar sus beneficios, de la voluntad para merecerle amándole libremente. Así la voluntad es libre; el hombre sólo posee un bien propio, la libertad de su querer y por consiguiente de su amor. La voluntad es soberana en el reino del alma, hasta tal punto que sin la libertad sería un contrasentido. Si no fuese libre, no sería la voluntad. Dios mismo respeta este magnífico don; la inspira, la aconseja, la persuade, jamás la violenta. En las meditaciones 8, 12 y 63 explica más este punto. El fin del hombre es el bien; el bien, objeto natural de la voluntad, es atractivo porque es amable ; el amor arrastra al alma hacia él como hacia su centro natural, La piedra que cae por la acción de la gravedad obedece ciega- mente a esa fuerza fatal a la que no puede desafiar, ni conocer ; el transporte del alma amorosa es voluntario y libre. (Medit. 61, y 65). Es lo que cons- tituye su precio y toda la grandeza del hombre ; sin amor no hay mérito y sin libertad no hay amor. Pero, ¿cuál es este bien y donde encontrarlo? ¿En las criaturas? Cuanto más se las conoce menos se las ama y cuanto más se las posee más se las conoce ; ellas mismas gritan al hombre: ¿Por qué nos amas? No somos más que tierra y polvo. ¿Qué ves en nosotras que no nos sea extraño? Cuanto amas, cuanto buscas y admiras en nosotras sólo es vana apariencia; amarnos es perderse; no existimos sino para elevar tu corazón al amor de Aquel que es la vida y que nos ha creado. ¿Vale más amarse a sí mismo? ¿Habrá algo más estéril? El alma he- cha para lo infinito y a la que no pueden satisfacer las criaturas, no halla

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz