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YESUEV GENTENARIO Tr05 la flecha no se detiene en medio de los aires, sino que los hiende y va dere- cha a su fin, del mismo modo nuestros pensamientos no deben detenerse en las cosas creadas, sino alcanzar el fin último de la creación. Ciego el que no percibe sus claridades, sordo el que no oye la voz universal que acla- ma a su Autor, mudo el que no se deshace en alabanzas, insensato el que no se remonta del efecto a la causa y de la obra al artífice». En cada criatura como en un espejo ve brillar la majestad del crea- dor, «Bastaban—dice,—las estatuas de Fidias para revelar el genio del artista a quienes no le conocieron ; pues, ¡qué mayores indicios del eterno arquitecto que los esplendores del cielo, la armonía de los mundos, con- cierto divino, suave melodia. que encanta al alma y la transforma en Dios!» No dice más Fenelon en su «Traité de l'existence de Dieu», capítulos 1.% y 2.0 de la primera parte. Ya que hemos citado a Fenelon, haremos notar el sorprendente parecido que tiene su estilo con el de Fr. Diego y hasta la re- petición de las mismas frases, lo que tiene explicación en la mucha extensión que tomaron en Francia las traducciones francesas de las Meditaciones, que según nuestras notas, en tiempo de Fenelon llegaban a ventitrés, Para quese vea bien claro cómo en muchos pasajes está Fr. Diego a tanta y más altura que Fenelon, compárese la meditación 36 con el capítulo 4.9 de la obra citada en donde aparece Fenelon como un simple copista, sin citar el autor que le ha inspirado. Dice Fr. Diego: Y viniendo a la creación de la persona humana, entre todos los cuer- pos terrenales el que tiene más hermosura, gracia y dignidad es el cuerpo humano Ást la moderada altura como ser derecho hacia el cielo para donde fué criado declaran ser de mayor perfección. Siendo la fábrica de nuestro cuerpo como la fábrica universal del mundo, como Tú, mi Dios, hermo.. seaste los cielos com el sol y luna que pusiste en ellos, eso mismo hiciste con el hombre, poniendo en lo más alto de su cuerpo los ojos con que mire to que conviene o es dañoso para todo el cuerpo. Siendo tan pegueños, calen en ellos los grandes cielos, los altos montes, los espaciosos valles y campos, los anchos mares y vastas tierras. ¿Qué diré de las manos? ¿Qué platero, del más excelente metal que es el oro, labrara una mano con tanta sutileza y primor, que por sus coyunturas se cierre y abra y que siempre trabajando no se gaste mi acabe? Ningún metal fuera tan conve- meente, ni provechoso. Si las manos del labrador fueran de oro, pudiera ser que se acabaran en un año y éstas en cien años mi se gastan, mi se acaban, siendo de un poco de cieno formadas... ¿Qué diré de los otros sentidos? En la cabeza están todos con maravillosa composición dispuestos y delia baja el regimiento y mantenimiento a todos el cuerpo y a todos los miembros. A unos manda que lleven carga ; a otros que reciban el sustento;

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