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958 PRAT <DIBS O DE ESTELA como son ineptos para las cuestiones complejas, tampoco sintetizan sus ideas, pudiendo apellidarse su bagaje intelectual más que ciencia, eru- dición conceptualista. El gran mérito de Fr. Diego es haber sintetizado toda la vida ascética, sin copiar a nadie y precediendo a la multitud de D:- rectorios, que no han hecho más que diluir la esencia concentrada en el Libro de la vanidad del mundo. Es un axioma lógico que el hombre que tiene ideas más abarcadoras y en menos palabras dice más, lleva en esa misma concisión el sello característico de las inteligencias privilegiadas. En páginas tan claras como el espejo de su alma, sencillas como su cando- roso corazón resume con tino lo que otros ascetas llegan a definir con di- ficultad en extensos tratados ; dejando a un lado las disputas filosóficas, fija su vista en las claves arquitectónicas del edificio de la perfección donde ve escritas estas palabras : «Conoced vuestra miseria y ahondad en ella cuanto podáis; huid de toda ocasión de pecado; desembarazaos de las cosas de la tierra y acabad por la inmolación absoluta de vosotros mismos, lo demás dejadlo a la voluntad omnipotente de Dios». La lectura del libro que criticamos da a entender cuán descaminados van los que pretenden que solo puede adquirirse la perfección cristiana a costa de profundas investigaciones ascéticas. Los que así piensan in- troducen a sus dirigidos en el templo de una sabiduría semirracionalista para abrirles allí la puerta oculta por donde se entra en el laberinto de la santidad. No es éste el proceder de Fr. Diego, que sabía muy bien que no hace falta la sabiduría racionalista para entrar en el reino de los cielos. Lejos de mí el condenar a los profundos psicólogos escritores de obras inmortales, sólo afirmo que si tales obras son utilísimas a los maestros de espíritus, no lo son tanto para la generalidad de los cristianos a quienes va dirigida la obra ascética que nos ocupa, pues la manera más común y ordinaria que tiene Dios de elevarlos a la perfección es fijando en su enten- dimiento pocas, pero fecundísimas verdades de las que como pujante se- milla brota el árbol de la perfección. Si el estilo de un asceta debe ser la forma que toma la verdad dentro del molde de un alma disciplinada, el estilo del autor de La vanidad del mundo es el de la verdad vista a la luz de lo sobrenatural. Yo diría que es- ta verdad le intriga hasta el punto de notarse en su palabra una completa ausencia de intención literaria que le da precisamente aquella gracia sin- gular, exquisita e ingenua que escapa siempre a aquellos que más la bus- can. La idea de producir efecto está tan lejos de su pensamiento, que ni se nota la ausencia de ella. Es tal su amor a la escueta verdad que jamás da lugar ni siquiera a la ironía. El sabe que la ironía ha hecho muchas ve- ces traición a la verdad y por eso no la emplea, La naturalidad de su pa- labra apoyada siempre en la divina verdad excluye hasta la sospecha de una intención puramente literaria. Para él no existe el peligro de hablar

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