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94 FRAY DIEGO DE ESTELLA EL TRATADO DE VANIDAD DEL MUNDO Fué compuesto, al menos en su redacción actual, en el año 1574. Es- tá dividida en tres partes y cada una de ellas está a su vez subdividida en cien capítulos. La primera trata del desprecio de las diferentes vanidades del mundo; la segunda tiene por subtítulo: «De las perversas costum- bres y engaños del mundo»; la tercera se encabeza así: «Cómo despre- Ciando al mundo por ser vano y falso, hemos de servir a solo Jesucristo. Y así trata del negamiento de sí mismo, mortificación, oración, meditación, amor de Dios y del prójimo y de todo lo que pertenece a la vida espiri- tual y servicio de Dios». Basta enumerar los títulos de los capítulos de la primera parte para comprender el método ascético del autor, que intenta introducir al alma por el camino de la vida purgativa, poniendo a su consideración la verdad y la vanidad de los objetos que le proponen el cielo y el mundo respecti- vamente. Nótese la contraposición de estos títulos: «De la vanidad de la hermosura corporal» (c. 38) y «De la verdadera hermosura» (c. 39) ; «De la vanidad de la nobleza del linaje» (c. 41) y «De la verdadera nobleza» (c. 42) ; «De la vanidad de los libros profanos del mundo» (c. 68) y «De la lección de los santos libros» (c. 69). Cada uno de los capítulos comienza por una sentencia de la Sagrada ¿scritura habiendo por término medio de diez a doce citas en cada capí- tulo ; este encariñamiento con el sagrado texto es lo que hizo que el estilo del P. Estella fuese tachado de monótono, siendo así que es el más apro- piado para una obra tan ascética que desde su aparición mereció el título de Kempis de as almas franciscanas. ín la primera parte de esta obra Fr. Diego hace conocer al alma los bajíos que puede encontrar en su viaje hacia Dios, amaestrado por este mismo Dios que abrió escuela en lo interior de aquella alma nobilísima, haciéndole conocer las encrucijadas del corazón humano y disponiendo a este fin los sucesos de su vida con tal arte que tuviera dificultades en que tropezar, peligros que evitar, amarguras que devorar y emboscadas de que triunfar. Dios fué en esta parte su maestro, la oración su arma y su ad- versario el propio corazón. Se desbordaron las aguas de la tribulación so- bre aquel espíritu entero y entre zozobras y sobresaltos aprendió la escon- dida ciencia de dirigir las almas a Dios, como aprende el marino entre bo- rrascas a dirigir al puerto la contrastada nave. Colocados en este punto de vista, no tenemos ya que seguir las hue- llas de estos o aquellos críticos, sino empaparnos del espíritu que guió al autor y observar los efectos que en nosotros producen las páginas del as-

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