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92 FRAY DIEGO DE ESTELLA «La erudición del P. Estella era vasta y aun ha perjudicado a la ame- nidad de su estilo ; éste es por lo común noble y sencillo, exento de vanos adornos, sin carecer de cierta hermosura, pero es difuso, monótono, poco natural y por lo tanto muchas veces frío y pesado.» Jorge Ticknor en su Historia de la Literatura española dice en el tomo TIT: «Antes de entrar en el estudio de la época en que el mal gusto se hizo general, hablaremos aunque de paso de algunos escritores, que si bien se libraron de la influencia, no son bastantes para ocupar un lugar en el texto» y añade en una nota : «Es el primero de ellos Fr. Diego de Estella que nació en 1524 y murió en 1578 ; fué muy amigo del célebre cardenal Granvela y publicó varias obras en latín y castellano entre las cuales las mejores por gu dicción y estilo son el Tratado de la vanidad del mundo y las Meditacio- nes sobre el amor de Dios. No es menos seco y displicente el Sr. Cejador y por cierto que, si no hubiese sido porque en este asunto estábamos decididos a no jurar in verbis magistri, hubiéramos desistido de nuestro empeño, al ver el fruncido gesto de los dii majores de la crítica literaria. Veamos las cuatro líneas justas que le dedica Cejador en el t. TIT de su voluminosa Historia de la Litera- tura española : «Fray Diego de Estella, franciscano y navarro, escribió en dos partes (sic ; error inexplicable en tal crítico y que demuestra la ligereza con que pasa sobre las obras de Fr. Diego) el libro de La vanidad del mundo, obra llena de fervor ascético, que encantaba a San Francisco de Sales, cua- jadá de palabras de la Sagrada Escritura y en estilo que parece se le pegó de sus libros sapienciales sentencioso y cortado, que hastía a la larga por la falta de variedad. El lenguaje es castizo y corriente, pero sin lumbres particulares que varíen la tonalidad, algún tanto áspera y de asceta ceji- junto.» «Obra — dice Menéndez y Pelayo — árida y prolija, más de edifi- cación que de literatura, erizada de textos y de lugares comunes.» No hay que decir que los críticos satélites de aquellas lumbreras po- nen a Fr. Diego sin discusión y a carga cerrada entre los escritores de la vergonzante segunda fila, p. e. : Revilla y Salcedo en sus respectivas His- torias literarias, si no dan en la lindeza de decir «que es de los místicos que tienen un concepto demasiado pesimista de la vida» como parece indicarlo don Vicente de Lafuente, al no incluirle en la lista de los ascetas del siglo xvI que va citando como modelos. Contra toda esta disparidad de criterios no hay otro remedio que la revisión de la crítica, para demostrar que el valor literario de los escritos de Fr. Diego está muy por encima de un me parece o de un creo yo, pues en medio de la disparidad de criterio, que su lectura puede suscitar, sobrena- dará siempre la verdad de un hecho incontrovertible, como probaremos, y es

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