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677 = la pueden obtener, pues también se puede ofrecer á imágenes célebres é Iglesias, ciudades, corpora- ciones, y también alguna vez á nobles y esforza- dos capitanes. Así, por ejemplo, hubo varios Pontífices que donaron esta ofrenda á una Iglesia ó la rindieron á los pies de alguna imagen célebre. El Papa Julio II en 1552 envió la Rosa á la Basílica é imagen de Santa María la Mayor de Roma; el Papa Pau- lo V (1605—21) hizo lo mismo; Pío V (1566—1572) y Urbano VIII (1623—1644) la dedicaron á la ima- gen del Salvador que se venera en la Scala Sanc- ta; Gregorio XIII y Sixto V la ofrecieron á la Iglesia é imagen de N. S. de Loreto; Clemente VIII dió dosá Santa María Supra Minervam, Otros pon- tífices la regalaron á Santa María de Araceli, á Santa María de las flores en Florencia, y entre otros, el gran Pio IX destinó una de las últimas Rosas que bendijo á N. S. de Lourdes. Algunos so- beranos Pontífices la enviaron á su patria. Alejan- dro III, Sixto IV y Alejandro VI al Dux de Vene- cia. España tiene el honor de poseér el único ejemplo quizá de haber sido agraciado con la sim- bólica Rosa un importante personaje, gloria mili- tar y política, que no fué de estirpe real ni jefe de Estado. Este fué el Gran Capitán Gonzalo de Cór- doba, quien por haber salvado á la Santa Sede recibió después de la toma de Ostia la Rosa de oro en 1497 de mano del Papa Alejandro VI. Los cro- nistas del Gran Capitán guardan extraño silencio respecto á este suceso; pero el por todos conceptos respetable historiador español Jerónimo Zurita, en su Historia del Rey D. Fernando el Católico, ha- blando del Gran Capitán, dice: «Con esta victoria

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