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= 676 = Alejandro II, que murió el 27 de agosto de 1181, envió también la Rosa de oro á Luis el Jo- ven, Rey de Francia, y le escribía: «Según la cos- tumbre de nuestros antecesores... etc., etc.» El comentarista antes citado del Pontifical ro- mano, que escribía también en 1560 sobre esta ce- remonia, decía era costumbre entregar la Rosa des- pués de la misa solemne á algún príncipe que estu- viera presente en la Corte pontificia, y si no hubie- re príncipe digno de tan alto obsequio, solía en- viarse fuera á un rey ó principe, á voluntad del Padre Santo, previo el consejo del Sagrado Cole- gio; pues fué también costumbre de los romanos Pontífices, antes ó después de la misa, convocar ad circulum á los Cardenales en su cámara ó donde Su Santidad á bien tuviere y deliberar con ellos á quién ha de darse ó remitirse la Rosa. El hecho im- portante de ofrecer la Rosa de oro los Romanos Pontifices es efecto puramente de su libre volun- tad y como premio para aquellos príncipes y pode- rosos que más se han distinguido por sus actos ca- tólicos ó por su adhesión á la Santa Sede, y jamás ha sido acto de sumisión ó vasallaje del Papa á principe ninguno como erróneamente dice Moreri en su Diccionario Histórico, ni mucho menos con ese acto reconoce una legitimidad aun cuando de título correspondiente á un gobierno constituido. Además, el Papa no es ni ha sido nunca vasallo de nadie, sino siervo de Dios, y siervo de sus siervos. A quiénes se envía esta dádiva Lo expuesto antes no quiere decir que la ofren- da de la Rosa áurea se haya de hacer siempre y precisamente á reyes y principes y que sólo éstos

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