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= 6753 = en el paganismo, según expusimos al principio; y dado aquel espíritu de piedad santa con que el Cristianismo revestía y aun aceptaba todas las buenas tradiciones que las falsas religiones habian arraigado en el corazón de los pueblos, nada de extraño tiene que la ceremonia de la bendición de la Rosa existiera en la Iglesia desde los primeros tiempos. Así lo crec también en cuanto al hecho solo de bendecirla, pero no á la costumbre de ofrecerla, D. Severo Catalina, quien en el opús- culo titulado «La Rosa de oro» que escribió en 1868 con motivo de la que Pío IX regaló en aquel año á 1sa bel II, dice respecto al segundo punto lo siguiente: «La generalidad de los franceses escriben que Urbano V envió en 1366 una Rosa de oro á Juana, Reina de Sicilia, y que expidió un decreto mandan- do que los Papas consagren una ignal en la misma época del año, esto es, en la Dominica cuarta de Cuaresma; pero un siglo antes, y dos y aún tres del Papa Urbano V y del cisma de Avignon, hay noticias ciertas de Rosas de oro bendecidas y ofre- cidas por los Pontifices. Por lo demás, en ninguna colección ni cuerpo de decretos aparece ninguno de Urbano V, institu- yendo para lo sucesivo la ceremonia anual de Ja bendición y entrega de la Rosa. Antes del siglo XII, y tratándose de Pontífices precedesores de Inocen- cio 111, no son, en verdad, muy claros y terminan- tes los datos que se pueden aducir. Josefo Bona Fides, en sus escritos sobre el pon- tificado de Nicolao Magno, consigna la idea de que en el año de 1051, con ocasión de premiar servi- cios eminentes de Luis Ursino, el Papa 3an León IX 48

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